Por: Omar Milizia Aguilar, Psicología Fortaleza.| 28/12/2024
"Your life is your life
don’t let it be clubbed into dank submission.
be on the watch.
there are ways out.
there is light somewhere.
it may not be much light but
it beats the darkness.
be on the watch.
the gods will offer you chances.
know them.
take them.
you can’t beat death but
you can beat death in life, sometimes.
and the more often you learn to do it,
the more light there will be".
"Tu vida es tu vida,
no dejes que sea golpeada hasta la sumisión.
Mantente alerta.
Hay salidas.
Hay luz en algún lugar.
Tal vez no sea mucha luz, pero
allí vence a la oscuridad.
Mantente alerta.
Los dioses te ofrecerán oportunidades.
Reconócelas.
Aprovéchalas.
No puedes vencer a la muerte, pero
puedes vencer a la muerte en vida, a veces.
Y cuanto más aprendas a hacerlo,
más luz habrá."
Charles Bukowsky.
Una vida comprometida
En la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), desarrollada por el psicólogo Steven C. Hayes, los valores personales son un componente central del proceso de flexibilidad psicológica, considerado el quinto elemento clave dentro de esta metodología.
Junto con la acción comprometida, que representa el sexto proceso, forman lo que en ACT se denomina la postura comprometida, un concepto diseñado para aliviar el sufrimiento humano y fomentar una vida plena y significativa.
Este enfoque se basa en la idea de que la flexibilidad psicológica, entendida como la capacidad de adaptarse a los cambios mientras se mantienen acciones coherentes con los valores propios, es esencial para el bienestar emocional y la construcción de una existencia auténtica.
Adoptar una postura comprometida significa tomar conciencia activa de aquello que realmente importa a nivel personal, lo que implica no solo identificar los valores esenciales que guían nuestra vida, sino también incorporarlos en cada momento de manera intencional.
Estos valores funcionan como una brújula que orienta las decisiones y las acciones cotidianas, ofreciendo claridad y dirección incluso en los momentos más complejos.
Desde un enfoque práctico, esta postura capacita a las personas para establecer metas concretas que reflejen sus prioridades más profundas, transformando los valores abstractos en objetivos tangibles que las impulsen hacia una vida con propósito.
Además, esta perspectiva promueve la perseverancia necesaria para enfrentar obstáculos y ajustarse a las circunstancias cambiantes, fomentando una actitud resiliente basada en la conexión con lo que realmente se considera significativo.
Al actuar en coherencia con los valores personales, las personas no solo logran avanzar hacia sus metas, sino que también encuentran un sentido profundo que les permite transformar incluso los desafíos en oportunidades de aprendizaje y crecimiento.
En esencia, la postura comprometida refleja una integración de valores y acciones que invita a vivir el presente con intención, haciendo de cada elección un acto de conexión con aquello que se considera valioso y significativo.
Este enfoque, respaldado por investigaciones psicológicas y reflexiones filosóficas sobre el propósito y el significado de la vida, se convierte en un camino hacia una existencia más auténtica y satisfactoria, donde las acciones reflejan constantemente la esencia de lo que realmente importa.
Los valores personales
En la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), los valores personales se conceptualizan como una brújula interna que orienta nuestras elecciones y acciones hacia lo que consideramos verdaderamente significativo.
Aunque existen valores universales ampliamente reconocidos, como principios éticos o normas morales que trascienden culturas y épocas, el enfoque de ACT se centra específicamente en los valores individuales, que son únicos para cada persona y reflejan su experiencia personal, sus prioridades y sus aspiraciones más profundas.
Desde una perspectiva psicológica, los valores personales cumplen múltiples funciones importantes.
No solo ofrecen claridad sobre el tipo de persona que deseamos ser, sino que también actúan como recordatorios de cómo queremos comportarnos en diferentes contextos de la vida.
Además, nos conectan con nuestros anhelos más profundos, esas aspiraciones que a menudo van más allá de las metas materiales o inmediatas, y nos invitan a desarrollar cualidades personales que consideramos esenciales para una vida con propósito.
Filosóficamente, los valores personales representan aquello por lo que estamos dispuestos a luchar, incluso frente a las limitaciones inherentes a la condición humana, como la finitud de la vida.
Esta idea conecta con la noción existencialista de que el significado de la vida no se encuentra predefinido, sino que se construye a través de nuestras elecciones conscientes y nuestras acciones alineadas con lo que valoramos.
Aunque hablar de valores puede parecer abstracto o incluso filosófico en exceso, el enfoque de ACT es eminentemente práctico.
Su propósito es ayudar a las personas a identificar y conectar con sus propios valores de manera concreta y aplicable en su vida diaria.
Mediante ejercicios estructurados, reflexiones guiadas y la exploración de experiencias personales, ACT transforma lo que puede parecer una idea intangible en una herramienta funcional para tomar decisiones y dirigir nuestras vidas hacia un horizonte pleno de significado.
En esencia, los valores en ACT no solo son un concepto teórico, sino un eje central que permite al individuo construir una vida auténtica y coherente, alineada con sus más profundas aspiraciones y su visión personal del bienestar.
Vivir en desconexión con los propios valores
Es poco común que las personas se detengan a reflexionar profundamente sobre preguntas fundamentales como qué tipo de persona desean ser o qué aspectos de la vida consideran realmente importantes.
Estas preguntas, aunque esenciales, suelen generar incomodidad, especialmente cuando la respuesta revela una desconexión entre cómo estamos viviendo y lo que realmente valoramos.
Este desajuste puede ser una fuente silenciosa pero poderosa de insatisfacción personal.
Desde una perspectiva psicológica, evitar estas reflexiones puede tener consecuencias significativas.
La falta de claridad respecto a nuestros valores y aspiraciones a menudo conduce a un estilo de vida dirigido más por la inercia que por la intención.
Esto implica vivir en un estado reactivo, donde las decisiones se toman en respuesta a las circunstancias externas, en lugar de ser guiadas por elecciones conscientes y alineadas con nuestros deseos más profundos.
Este modo de vivir en "piloto automático" reduce nuestra capacidad para sentirnos auténticos y comprometidos con nuestras acciones.
La desconexión con los valores personales también se relaciona estrechamente con la perpetuación de problemas psicológicos.
Cuando la atención se centra exclusivamente en la reducción del malestar emocional, se corre el riesgo de descuidar las acciones significativas que podrían dar propósito y dirección a la vida.
Este enfoque evita el sufrimiento inmediato, pero a menudo deja intacta una sensación de vacío existencial, lo que puede agravar los sentimientos de insatisfacción y aumentar la vulnerabilidad ante el estrés.
Conectar con los valores personales no solo proporciona claridad sobre el rumbo de la vida, sino que también actúa como una fuente de fortaleza para enfrentar los desafíos inherentes a la existencia.
Al alinear nuestras acciones con nuestros valores, creamos una vida que refleja nuestra esencia y nuestras aspiraciones más profundas, lo que resulta en una experiencia de mayor autenticidad y sentido.
Desde un enfoque psicológico, esta conexión no solo reduce el sufrimiento, sino que también fomenta el bienestar y la resiliencia, ofreciendo un camino hacia una existencia más plena y significativa.
Valores vs Objetivos
Los valores y los objetivos cumplen roles distintos pero complementarios en la vida humana.
Los valores, en su esencia, son inalcanzables porque no tienen un punto final; funcionan como direcciones que guían nuestras acciones a lo largo de la vida.
En contraste, los objetivos son alcanzables en tanto que tienen un punto de culminación definido: al lograrlos, se convierten en logros tangibles.
Desde un punto de vista psicológico, los valores pueden compararse con un viaje hacia un horizonte inalcanzable, como moverse hacia el norte en un espacio infinito; nunca se llega al "final del camino", ya que siempre hay oportunidades para actuar en coherencia con ellos.
Por ejemplo, "ser amoroso" es un valor que no tiene un nivel máximo: siempre puedes encontrar nuevas formas de expresar amor, y al dejar de hacerlo, pierdes temporalmente la conexión con ese valor.
Por otro lado, un objetivo relacionado podría ser "tener pareja", una meta alcanzable que, una vez lograda, se convierte en un logro concreto.
Filosóficamente, los valores representan cualidades de acción y elecciones que reflejan nuestras aspiraciones más profundas.
Por ejemplo, mientras "terminar una carrera universitaria" es un objetivo con un final definido, "aprender con curiosidad" es un valor que puedes cultivar a lo largo de toda tu vida.
Los valores, por lo tanto, no son eventos o metas específicas, sino maneras de ser que pueden manifestarse en una amplia variedad de contextos y circunstancias.
Un enfoque práctico para identificar tus valores personales es reflexionar sobre los objetivos que persigues y preguntarte qué significan realmente para ti.
Por ejemplo, si tu objetivo es tener una casa grande para organizar fiestas con amigos, puedes explorar el valor subyacente a este deseo.
Tal vez descubras que lo que realmente valoras es cuidar tus relaciones y ser generoso con quienes te rodean.
Este valor puede ser vivido en muchas situaciones, incluso si no tienes una casa grande; puedes expresar generosidad y cuidado organizando reuniones más modestas o simplemente estando presente para tus amigos.
Una de las características más poderosas de los valores es que siempre están disponibles, independientemente de las circunstancias externas.
Por ejemplo, si valoras actuar con amor, puedes expresar este valor en una variedad de relaciones y contextos, desde familiares y amigos hasta extraños o incluso hacia ti mismo, a través de la autocompasión y el autocuidado.
En cambio, los objetivos pueden no estar disponibles en ciertas circunstancias.
Por ejemplo, un accidente puede impedirte alcanzar el objetivo de jugar en la NBA.
Sin embargo, los valores subyacentes, como "darlo todo por el equipo", siguen siendo accesibles y pueden vivirse de formas alternativas, como animar a tus compañeros o participar en actividades relacionadas desde una nueva perspectiva.
De manera similar, los valores también permiten rectificar el rumbo en situaciones donde las metas se han descuidado por razones internas, como un pasado de adicciones o errores personales.
Si bien no siempre es posible reparar completamente una relación o alcanzar una meta perdida, actuar conforme a tus valores en el presente puede ayudarte a reconstruir tu vida de manera congruente con lo que realmente importa.
En resumen, mientras que los objetivos ofrecen hitos concretos que nos impulsan hacia adelante, los valores proporcionan una dirección global que da significado y propósito a nuestras acciones. Incluso en situaciones donde las metas específicas no son alcanzables, los valores siguen siendo una brújula disponible para guiarnos hacia una vida plena y auténtica.
Este enfoque, al integrar objetivos y valores, permite a las personas construir una existencia resiliente, flexible y alineada con sus aspiraciones más profundas.
Valores como proceso, objetivos como resultado
El concepto de éxito, cuando se define exclusivamente en función de los resultados, se convierte en una fuente potencial de frustración y desilusión.
En este paradigma orientado únicamente hacia metas específicas, el logro se mide por la capacidad de alcanzar un objetivo concreto.
Sin embargo, este enfoque tiene una vulnerabilidad inherente: los resultados a menudo dependen de variables externas que escapan a nuestro control, como en el caso de la jugadora de baloncesto que ve truncado su sueño debido a un accidente.
Desde una perspectiva psicológica, una definición más resiliente y enriquecedora del éxito implica alinearlo con nuestros valores personales.
Bajo este enfoque, el éxito no se evalúa únicamente por lo que logramos, sino por las elecciones conscientes que hacemos y la manera en que nos comportamos en alineación con lo que consideramos importante.
Si las decisiones basadas en valores conducen a buenos resultados, eso es un beneficio adicional; pero incluso en ausencia de resultados deseados, la satisfacción proviene de actuar con integridad y compromiso hacia nuestros principios.
Por ejemplo, al intentar reconectar con una hija distante, el resultado podría no ser el esperado; quizás no responda al intento.
Este desenlace podría interpretarse como un fracaso, ya sea culpándola a ella por no valorar el esfuerzo o a uno mismo por no haber actuado antes.
Sin embargo, una perspectiva basada en valores permite redefinir la experiencia: valorar el esfuerzo realizado, aprender de la situación y planificar nuevas acciones para fortalecer la relación en el futuro.
Este cambio de enfoque reduce el sufrimiento asociado al fracaso percibido y fomenta un sentido de propósito continuo.
La Metáfora de los Dos Escaladores
La metáfora de los dos escaladores ilustra esta distinción con claridad.
Imaginemos a un escalador cuya única meta es alcanzar la cima de la montaña lo más rápido posible.
Su atención está completamente centrada en el resultado, lo que lo lleva a minimizar las pausas y a ignorar el paisaje que lo rodea.
En contraste, una segunda escaladora también desea alcanzar la cima, pero valora el proceso.
Ella disfruta del esfuerzo físico, se detiene para contemplar las vistas, y aprecia los detalles del entorno, como las flores y el cambio de luz a medida que avanza.
Si una tormenta inesperada les impidiera completar el ascenso, la experiencia de ambos sería muy distinta.
El primer escalador podría sentir que su esfuerzo fue en vano, ya que no logró su objetivo.
Por otro lado, la segunda escaladora habría encontrado gratificación en el viaje mismo: la conexión con la naturaleza, el desafío físico y las memorias creadas en cada paso.
La vida se enriquece cuando disfrutamos no solo de la meta, sino también del camino recorrido.
Nuevas cualidades
Cuando abordamos el concepto de valores personales desde una perspectiva psicológica, es esencial entender que no se trata únicamente de identificar las cualidades que ya poseemos, sino de explorar aquellas que deseamos cultivar y desarrollar.
Los valores no son atributos estáticos, sino capacidades dinámicas que pueden expandirse y fortalecerse con intención y esfuerzo.
Por ejemplo, el deseo de ser más paciente, comprensivo o cercano a los demás refleja no solo una aspiración, sino una dirección hacia el crecimiento personal.
Desde un punto de vista filosófico, esta exploración se alinea con las ideas de autores como Aristóteles, quien argumentaba que las virtudes se desarrollan mediante la práctica.
No nacemos inherentemente pacientes o compasivos; estas cualidades surgen de actos repetidos que forman nuestro carácter a lo largo del tiempo.
En este sentido, los valores pueden entenderse como una brújula interna que nos orienta hacia el tipo de persona que deseamos llegar a ser.
Un ejercicio valioso para conectar con nuestros valores consiste en imaginar un escenario ideal, un mundo en el que todos nuestros deseos se hacen realidad y las barreras que hoy parecen insuperables desaparecen.
Esta práctica no busca evadir la realidad, sino liberar la imaginación para identificar lo que verdaderamente importa.
Al eliminar temporalmente las restricciones mentales, permitimos que nuestras aspiraciones más profundas emerjan con mayor claridad.
Es importante enfatizar que este proceso no trata de fijar metas específicas, sino de identificar una dirección.
Las metas, aunque necesarias en muchos contextos, son puntos fijos que pueden alcanzarse o no.
En contraste, los valores son direcciones inagotables que guían nuestras acciones sin un punto final.
Por ejemplo, el valor de ser compasivo no se "alcanza" como una meta; siempre habrá nuevas oportunidades para practicarlo y perfeccionarlo.
En este contexto, la pregunta "¿Qué tipo de persona quieres ser?" no es trivial.
Es una invitación a reflexionar profundamente sobre nuestras aspiraciones más significativas.
Aplicada a diferentes áreas de la vida, como la amistad, la familia o el trabajo, esta pregunta nos impulsa a considerar no solo nuestras acciones actuales, sino también las cualidades que deseamos encarnar en el futuro.
Por ejemplo, al preguntarte "¿Qué tipo de amigo quiero ser?", puedes descubrir valores como la lealtad, la empatía o la generosidad.
Estas cualidades, una vez identificadas, pueden guiar tus elecciones diarias, desde pequeños gestos de atención hasta compromisos más profundos con quienes te rodean.
Al permitirnos soñar sin restricciones y visualizar quién queremos ser, trazamos un camino hacia una vida más auténtica y significativa, una vida en la que cada paso, aunque imperfecto, está orientado hacia lo que verdaderamente importa.
El reto de la acción comprometida
Desde una óptica psicológica, los valores no siempre están relacionados con actividades que nos generen placer inmediato o gratificación superficial.
Por ejemplo, cocinar un plato delicioso puede ser una experiencia placentera en términos sensoriales, pero la verdadera reflexión surge cuando consideramos al servicio de qué estamos realizando esta acción.
Si cocinas para disfrutar de una comida con tu familia y crear momentos significativos, entonces cocinar deja de ser simplemente un acto placentero y se convierte en una manifestación de valores más profundos, como el cuidado y el bienestar familiar.
Este tipo de reflexiones implica la conexión entre lo que hacemos y lo que realmente valoramos, lo cual se encuentra en el núcleo de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), un enfoque que pone énfasis en la flexibilidad psicológica y la alineación de las acciones con los valores personales.
Actuar en congruencia con nuestros valores puede generar sensaciones de plenitud y satisfacción, pero no siempre.
De hecho, las emociones generadas por las acciones basadas en valores a veces pueden ser negativas o desafiantes, lo que plantea la importancia de estar preparados para afrontar esa disonancia emocional.
Por ejemplo, si uno de tus valores fundamentales es cuidar de tu familia y un ser querido es diagnosticado con Alzheimer, es probable que este proceso requiera una inversión emocional y temporal significativa.
El cuidado de esta persona puede implicar lidiar con momentos dolorosos, como el rechazo, la pérdida de reconocimiento o incluso comportamientos difíciles de manejar.
En estos casos, el bienestar inmediato no siempre estará presente, y la gratificación por la acción puede ser casi inexistente en el corto plazo.
Actuar conforme a nuestros valores, incluso cuando las circunstancias son emocionalmente agotadoras, refleja una elección consciente de alinear nuestras acciones con lo que realmente importa.
Este es el poder transformador de los valores: actúan como una guía en tiempos difíciles, dándonos dirección y significado incluso cuando el camino es arduo.
Curiosamente, muchos de los dolores emocionales que experimentamos pueden estar directamente relacionados con la vulneración de un valor fundamental.
Desde una perspectiva psicológica, las emociones dolorosas pueden ser señales de que algo esencial está en juego.
Si experimentas un dolor profundo o un malestar persistente, puede ser útil reflexionar sobre qué valor está siendo transgredido.
Por ejemplo, la angustia que sientes cuando alguien que valoras profundamente te rechaza puede reflejar un valor de cercanía y conexión interpersonal.
De manera similar, la ansiedad por no cumplir con tus expectativas de éxito puede señalar que hay un valor relacionado con la autorrealización que no está siendo atendido.
Al comprender que nuestras emociones dolorosas están estrechamente ligadas a los valores, podemos aprender a gestionarlas de manera más efectiva.
Este enfoque de conciencia de valores permite reinterpretar el dolor no como algo exclusivamente negativo, sino como una oportunidad para reconectar con lo que realmente nos importa.
Es crucial entender que los valores no son algo impuesto por normas sociales, culturales o familiares, ni son simplemente lo “correcto” o lo “esperado”.
Desde una perspectiva filosófica, los valores son elecciones conscientes, y, como tales, representan una libertad personal.
Elegir vivir de acuerdo con un valor es, en muchos sentidos, una afirmación de nuestra autonomía.
Este proceso está alineado con las teorías existencialistas que defienden la libertad de elección y la construcción de nuestra propia identidad.
Los valores, entonces, no son algo que debamos justificar ante los demás.
Son elecciones personales que no requieren validación externa, al igual que la preferencia por un sabor de helado.
Cuando elegimos actuar según nuestros valores, lo hacemos porque son significativos para nosotros, no porque debamos cumplir con alguna expectativa ajena.
Este entendimiento nos invita a vivir de forma más auténtica, sin la carga de las expectativas externas o las presiones sociales sobre lo que “deberíamos” hacer.
En resumen, los valores no son simplemente cualidades que poseemos, sino elecciones conscientes que elegimos cultivar y practicar.
Aunque vivir según ellos puede ser desafiante y, en ocasiones, doloroso, el poder de los valores radica en su capacidad para proporcionarnos dirección y propósito, incluso en tiempos difíciles.
Conectar con nuestros valores es, en última instancia, una afirmación de nuestra libertad para elegir cómo queremos vivir, sin importar las presiones externas o las circunstancias adversas.
Elegir con libertad
Para evaluar si estás actuando en función de tus propios valores o si estás influenciado por expectativas externas, es útil reflexionar con algunas preguntas clave que te permitan conectarte con tus motivaciones más profundas.
En primer lugar, pregúntate: Si nadie más supiera que estás cuidando a tu pareja con Alzheimer, ¿seguirías queriendo hacerlo?
Esta pregunta te invita a examinar si tus acciones están guiadas por un sentido genuino de responsabilidad y amor, o si la preocupación por la aprobación social juega un papel importante.
Otra reflexión útil es: Si tuvieras garantizada la aprobación de todas las personas, sin importar lo que eligieras, ¿cómo te comportarías en esta situación?
Esta cuestión te permite explorar tus deseos y comportamientos más auténticos, sin la influencia del miedo al juicio ajeno.
De manera similar, preguntarte: Si no te importara lo que otros piensan de ti, ¿qué cambiarías en tu vida? te ofrece la oportunidad de imaginar un escenario donde te liberas de las presiones externas y tomas decisiones basadas únicamente en lo que realmente te importa.
Estas preguntas no solo te ayudan a conectar con tus valores más genuinos, sino que también te ofrecen la claridad necesaria para avanzar hacia un camino más auténtico.
Vivir según tus propios valores no significa cumplir con lo que otros esperan de ti, sino ser fiel a lo que realmente consideras importante.
Al centrarte en lo que tú valoras, puedes elegir un camino que, aunque desafiante, te llevará hacia una vida más coherente y satisfactoria.
Valores y flexibilidad psicológica
Uno de los objetivos comunes que muchas personas plantean al acudir a terapia es el deseo de dejar de sentir determinadas emociones, como la ansiedad o la tristeza.
Sin embargo, una pregunta esencial en estos casos es: ¿Qué harías de manera diferente si esa emoción ya no fuera un problema para ti?
Esta cuestión, en apariencia simple, abre la puerta a una comprensión más profunda de los valores de la persona.
Cabe destacar que la pregunta no plantea la eliminación de la emoción, sino cómo las personas pueden actuar con independencia de ella, lo cual revela una perspectiva más alineada con la flexibilidad psicológica.
Para trabajar eficazmente con los valores, es esencial haber avanzado en otros procesos psicológicos, tales como la aceptación emocional y la defusión cognitiva, herramientas que permiten manejar mejor los pensamientos y sentimientos, sin quedar atrapados por ellos.
Estos conceptos son clave para facilitar el desarrollo de flexibilidad psicológica, la cual es fundamental en la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT).
Los valores son el centro del enfoque terapéutico en ACT, siendo la brújula que guía los procesos terapéuticos hacia el objetivo de aumentar la flexibilidad psicológica.
Este concepto implica la capacidad de adaptarse a las circunstancias de la vida de manera que se pueda seguir actuando de acuerdo con lo que es realmente importante para uno mismo, independientemente de las emociones o pensamientos dolorosos que puedan surgir.
En este contexto, los valores interactúan con los otros procesos de ACT de la siguiente manera:
Hacer espacio a las emociones desagradables: En lugar de intentar evitar o eliminar emociones dolorosas, la flexibilidad psicológica nos permite hacer espacio para ellas, sin que interfieran en nuestras decisiones y acciones hacia lo que verdaderamente valoramos.
Esta aceptación de las emociones como parte natural de la experiencia humana permite avanzar hacia objetivos significativos sin estar bloqueados por el malestar emocional.
Tomar distancia de los pensamientos problemáticos: En lugar de dejar que los pensamientos automáticos nos controlen, la defusión cognitiva en ACT nos ayuda a observar nuestros pensamientos sin identificarnos con ellos.
Esto nos permite tomar decisiones basadas en nuestros valores y no en patrones automáticos de pensamiento que nos desvíen de lo que realmente importa.
Estar presentes: La atención plena o mindfulness juega un papel crucial en este proceso, permitiéndonos estar conscientes de nuestras acciones en el momento presente y preguntarnos si lo que estamos haciendo está alineado con nuestros valores.
Esto nos permite hacer ajustes en el momento y tomar decisiones más congruentes con lo que es significativo para nosotros.
Adoptar la perspectiva del "yo observador": Este proceso implica ser capaces de observarnos desde una perspectiva más amplia, lo que nos permite visualizar un futuro en el que actuamos de acuerdo con nuestros valores, tomando decisiones más conscientes y alineadas con nuestra esencia.
Acción comprometida: Finalmente, los valores nos impulsan a traducir nuestros ideales en acciones concretas.
La acción comprometida es esencial en la terapia ACT, ya que no solo implica establecer metas significativas, sino también descomponerlas en pasos alcanzables, perseverar a pesar de los obstáculos y aceptar las emociones y pensamientos que surjan durante el proceso.
La acción comprometida ayuda a crear una vida rica y plena, incluso cuando las circunstancias son difíciles.
Es importante destacar que los valores no deben convertirse en una nueva fuente de presión.
En ACT, se enfatiza la importancia de evitar que los valores se transformen en un "debería", una obligación inflexible que solo genera más estrés.
Como bien afirma Steven C. Hayes, uno de los creadores de ACT: "Persigue tus valores con vigor, pero no te aferres a ellos."
Los valores no son reglas rígidas ni expectativas externas, sino elecciones personales que reflejan lo que realmente importa para cada individuo.
Esto implica que no es necesario ser perfecto en la aplicación de los valores, sino que la flexibilidad es clave para vivir una vida más auténtica y satisfactoria.
Los valores son elecciones conscientes que nos permiten guiarnos en momentos de incertidumbre, pero deben ser mantenidos con un enfoque flexible.
Al integrar esta flexibilidad, podemos vivir de acuerdo con lo que es importante para nosotros sin que los valores se conviertan en una carga o en una causa de frustración.
La verdadera flexibilidad psicológica radica en la capacidad de adaptarnos y actuar en coherencia con nuestros valores, incluso cuando las circunstancias nos desafían.
¿Cómo puedo encontrar o clarificar mis nuevos valores?
El proceso de clarificación de valores no debe entenderse únicamente como un ejercicio intelectual o racional, sino como un proceso profundamente experiencial y emocional que involucra la interacción directa con nuestras vivencias cotidianas.
Desde una perspectiva psicológica y filosófica, los valores se asientan en la experiencia vivida, no en teorías abstractas o listas definidas.
La verdadera comprensión de lo que valoramos surge cuando nos comprometemos a actuar según esos principios y observamos las consecuencias de esas acciones en nuestra vida.
La clarificación de valores, en este sentido, implica experimentar activamente con ellos.
Si alguna vez te has cuestionado si un valor realmente te pertenece o es relevante en tu vida, la manera más eficaz de descubrirlo es ponerlo en práctica.
La teoría detrás de esta estrategia se encuentra en los principios de la psicología conductual, donde se enfatiza la importancia de la acción como medio para clarificar y reforzar las creencias personales.
No se trata de racionalizar los valores desde una perspectiva externa o normativa, sino de observar cómo nos afectan emocionalmente al implementarlos en situaciones reales.
Experimenta con tus valores
Para llevar este proceso a la práctica, te propongo un pequeño experimento: durante la próxima semana, selecciona un valor que consideres importante y comprométete a actuar de acuerdo con él cada día.
La clave está en observar no solo tus pensamientos y emociones antes de actuar (que pueden estar llenos de inseguridad o anticipación), sino en reflexionar sobre cómo te sientes después de haber realizado la acción alineada con ese valor.
¿Experimentas un sentido de satisfacción o coherencia? ¿O tal vez, te das cuenta de que el valor que pensabas que era esencial no genera el impacto emocional que esperabas?
Desde una perspectiva psicológica, este ejercicio se asemeja a la práctica de la reflexión post-acción, una estrategia utilizada en diversas terapias basadas en la acción, como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), que nos invita a evaluar la congruencia de nuestras acciones con nuestros valores después de haberlas llevado a cabo.
Este proceso permite un ajuste continuo, de modo que nuestros valores se conviertan en una guía dinámica para la vida diaria, y no en principios rígidos e inmutables.
Ejercicio práctico: ¿A quién admiras?
Un ejercicio útil para profundizar en los valores personales es reflexionar sobre las personas que admiramos.
Esta reflexión no solo proporciona información sobre nuestros propios valores, sino que también nos permite identificar las cualidades que consideramos valiosas, las cuales, al ser replicadas, pueden enriquecer nuestras vidas.
Pregúntate:
¿A quién admiro profundamente? ¿Es una persona real o un personaje ficticio?
¿Qué cualidades de esa persona admiro particularmente?
¿Cómo se comporta esta persona o personaje, y qué es lo que me atrae de su forma de ser?
¿Qué aspectos de esos comportamientos son relevantes para mi vida y qué valor estoy dispuesto a cultivar en mí mismo?
Este ejercicio tiene una base psicológica sólida, ya que explorar las figuras que admiramos permite el acceso a nuestros modelos ideales de conducta y a los valores que subyacen en esos modelos.
Según la teoría de la identificación social en psicología, nuestras figuras de admiración reflejan nuestros ideales de conducta y principios, los cuales, al ser identificados, nos proporcionan una guía más clara para tomar decisiones coherentes con nuestros valores.
Este enfoque experiencial y reflexivo nos permite descubrir no solo lo que deberíamos valorar, sino lo que realmente resuena con nosotros en un nivel profundo y emocional.
En última instancia, los valores se revelan no como principios abstractos, sino como elecciones que nos definen a través de nuestras acciones y experiencias cotidianas.
Lista de valores
Aceptación: Aceptar quién soy, sin juzgarme, y reconocer a los demás tal como son. Este valor nos invita a abrazar tanto nuestras fortalezas como nuestras vulnerabilidades, promoviendo un sentido de paz interior y entendimiento con los demás.
Aventura: Emprender nuevas experiencias con entusiasmo, buscar lo desconocido y desafiar las convenciones. Vivir la vida como una serie de oportunidades para descubrir y aprender.
Asertividad: Expresar nuestras necesidades y deseos de manera clara y respetuosa, defendiendo nuestros derechos sin infringir los de los demás, promoviendo una comunicación honesta y directa.
Autenticidad: Ser fiel a uno mismo, actuar de acuerdo con nuestras creencias y valores sin pretender ser algo que no somos, permitiendo que nuestra verdadera naturaleza se exprese en cada acción.
Cuidado propio: Priorizar el bienestar físico, emocional y mental, dándome el tiempo necesario para descansar y nutrirme, y extendiendo esta misma consideración a los demás.
Compasión: Mostrar empatía hacia los demás y hacia uno mismo, brindando apoyo con un corazón abierto y libre de juicio, buscando aliviar el sufrimiento y fomentar el entendimiento mutuo.
Conexión: Estar plenamente presente en cada momento, tanto con nosotros mismos como con los demás, cultivando relaciones profundas y significativas y comprometidos en el aquí y ahora.
Contribución y generosidad: Dar sin esperar nada a cambio, ya sea tiempo, recursos o apoyo emocional, con el objetivo de hacer una diferencia positiva en la vida de los demás y contribuir al bienestar colectivo.
Colaboración: Trabajar de manera conjunta y cooperativa con otros, reconociendo la fuerza en la unión y el valor de las ideas compartidas para alcanzar objetivos comunes.
Coraje: Afrontar el miedo, la adversidad o el dolor con valentía, eligiendo actuar con determinación incluso en situaciones difíciles, y aprendiendo de los desafíos.
Creatividad: Desarrollar nuevas ideas y enfoques, pensar de manera innovadora y expresar nuestra individualidad a través del arte, la resolución de problemas y la creación de nuevas posibilidades.
Curiosidad: Mantener una mente abierta, explorando, investigando y aprendiendo continuamente, buscando siempre entender más y expandir nuestras fronteras de conocimiento.
Aliento: Brindar apoyo emocional y reconocimiento a los esfuerzos y logros de los demás, motivando y celebrando las acciones que contribuyen al bienestar común.
Compromiso: Dedicarme por completo a las tareas que elijo realizar, manteniéndome enfocado y perseverante, incluso ante las dificultades, y dando lo mejor de mí en cada situación.
Justicia: Tratar a los demás con equidad y imparcialidad, buscando lo que es justo tanto para uno mismo como para los demás, respetando los derechos y dignidad de cada persona.
Flexibilidad: Adaptarme a los cambios y nuevas circunstancias, manteniendo una mente abierta y fluida ante las incertidumbres y transiciones de la vida.
Libertad e independencia: Elegir mi propio camino y decidir cómo quiero vivir, mientras apoyo a otros para que también encuentren la autonomía en sus decisiones y acciones.
Amabilidad: Actuar de manera cortés, afectuosa y atenta, cultivando relaciones positivas y creando un ambiente en el que los demás se sientan valorados y respetados.
Indulgencia: Ser comprensivo y perdonador, tanto conmigo mismo como con los demás, sin aferrarme a los errores o fracasos, permitiendo el crecimiento y la evolución.
Diversión y humor: Buscar y crear momentos de alegría, ligereza y diversión, aprovechando el poder del humor para aliviar tensiones y fomentar la conexión humana.
Gratitud: Reconocer y valorar las cosas buenas en mi vida, expresando aprecio por lo que tengo, por los demás y por el simple hecho de estar vivo.
Honestidad: Ser sincero y transparente en mis pensamientos, palabras y acciones, manteniendo la integridad y la coherencia entre lo que pienso, lo que digo y lo que hago.
Dedicación: Comprometerme plenamente a mis metas y responsabilidades, poniendo el esfuerzo necesario para lograr resultados, y demostrando perseverancia a través del tiempo.
Intimidad: Crear y mantener relaciones profundas, abiertas y vulnerables, compartiendo de manera auténtica mis pensamientos, emociones y experiencias.
Amor: Expresar cariño y afecto, tanto hacia mí mismo como hacia los demás, nutriendo las relaciones con empatía y afectividad genuina.
Atención plena: Practicar la conciencia plena en el momento presente, observando sin juicio lo que sucede a nuestro alrededor y dentro de nosotros, y aprendiendo de cada experiencia.
Orden: Organizar de manera eficiente y armónica tanto el entorno físico como mental, para lograr claridad y enfoque en nuestras acciones.
Persistencia: Mantenerme firme y determinado en la consecución de mis objetivos, superando los obstáculos que se presenten, con la convicción de que el esfuerzo constante lleva al logro.
Respeto y autoestima: Tratarme a mí mismo y a los demás con dignidad y consideración, reconociendo el valor inherente de cada individuo y fomentando un sentido de autosuficiencia y autoaprecio.
Responsabilidad: Ser consciente de mis actos y sus consecuencias, asumiendo la propiedad de mis decisiones y el impacto que estas tienen en mi vida y en la de los demás.
Seguridad y protección: Velar por el bienestar físico y emocional propio y ajeno, creando un entorno seguro en el que las personas puedan desarrollarse y sentirse protegidas.
Sensualidad y placer: Disfrutar de las experiencias sensoriales y de bienestar, desde el gusto hasta el tacto, y valorar la importancia del placer en el equilibrio y la plenitud de la vida.
Destreza: Buscar el perfeccionamiento continuo de mis habilidades, ampliando mi conocimiento y capacidades, para lograr una mayor eficiencia y satisfacción en mis logros.
Apoyo: Ser un pilar para los demás, ofreciendo comprensión, ayuda y presencia cuando alguien lo necesita, creando un espacio de apoyo emocional y físico.
Confianza: Desarrollar y mantener relaciones basadas en la lealtad, la fidelidad y la transparencia, creando vínculos sólidos que permitan un ambiente de seguridad y respeto mutuo.
¿Y ahora qué?
Después de realizar los ejercicios de reflexión sobre tus valores, es probable que hayas descubierto áreas de tu vida que deseas mejorar o aspectos que han quedado descuidados.
Mi recomendación es que comiences de forma gradual:
Prioriza: selecciona los valores y áreas que consideres más relevantes para ti en este momento.
Enfócate: trabaja en ellos uno por uno, para lograr un cambio duradero y efectivo.
Lo importante es no solo identificar lo que valoras, sino también darle forma y sentido a esos valores a través de tus acciones.
¡Empieza hoy mismo!
La luz
Desde una perspectiva psicológica y filosófica, este poema, perteneciente a Charles Bukowsky, puede ser visto como un llamado a la autocomprensión y a la resiliencia frente a las adversidades que, inevitablemente, forman parte de la existencia humana.
La vida, en su naturaleza, está llena de incertidumbre y desafíos.
La idea de "no dejar que tu vida sea golpeada hasta la sumisión" resuena con la importancia de la agencia personal y la capacidad de resistencia psicológica frente a las dificultades.
Es un recordatorio de que, aunque no podemos controlar todo lo que nos sucede, sí podemos decidir cómo reaccionamos ante ello, lo que en psicología se denomina flexibilidad psicológica.
La invitación a mantenerse "alerta" refleja la necesidad de ser consciente de nuestro entorno, de nuestras emociones y de nuestras posibilidades.
Vivir de manera plena implica una vigilancia constante de las oportunidades que surgen, ya que estas oportunidades pueden ser pequeñas pero significativas.
No siempre se trata de grandes momentos reveladores, sino de estar atentos a las pequeñas luces que pueden iluminar nuestro camino en medio de la oscuridad.
Aunque no podemos escapar de las limitaciones de la vida (y de la muerte), podemos trascender nuestras circunstancias a través del ejercicio de nuestra voluntad.
En este sentido, "vencer a la muerte en vida" no significa negarla o ignorarla, sino encontrar sentido y valor en nuestra existencia, incluso cuando nos enfrentamos a su inevitabilidad. Al aprender a abrazar esta transitoriedad, y al hacerlo de manera activa, podemos "llenar" nuestra vida de luz, en lugar de permitir que la oscuridad nos consuma.
El desarrollo personal y la toma de decisiones conscientes son fundamentales para encontrar ese "lugar de luz".
La clave está en la acción intencional hacia lo que es significativo para nosotros, en sintonía con nuestros valores más profundos.
Aunque no siempre se puede controlar el resultado, sí se puede tomar el control sobre cómo vivimos cada momento y hacia qué nos dirigimos, buscando siempre la luz en los pequeños gestos de nuestra existencia.