Por: Omar Milizia Aguilar, Psicología Fortaleza. | 03/09/2024
"Canto, río, con tus aguas:
De piedra, los que no lloran.
De piedra, los que no lloran.
De piedra, los que no lloran.
Yo nunca seré de piedra.
Lloraré cuando haga falta.
Lloraré cuando haga falta.
Lloraré cuando haga falta.
Canto, río, con tus aguas:
De piedra, los que no gritan.
De piedra, los que no ríen.
De piedra, los que no cantan.
Yo nunca seré de piedra.
Gritaré cuando haga falta.
Reiré cuando haga falta.
Cantaré cuando haga falta.
Canto, río, con tus aguas:
Espada, como tú, río.
Como tú también, espada.
También, como tú, yo, espada.
Espada, como tú, río,
blandiendo al son de tus aguas:
De piedra, los que no lloran.
De piedra, los que no gritan.
De piedra, los que no ríen.
De piedra, los que no cantan."
Rafael Alberti.
¿Qué son las emociones?
Las emociones son respuestas complejas que implican tanto procesos psicológicos como fisiológicos, y que surgen en respuesta a estímulos que consideramos significativos.
Desde una perspectiva evolutiva, las emociones han desempeñado un papel crucial en la supervivencia humana, ya que nos preparan para enfrentar situaciones importantes, facilitando la adaptación a nuestro entorno.
Estas respuestas emocionales funcionan como un sistema de alerta interno, proporcionando una retroalimentación continua sobre nuestro estado emocional y cómo los eventos externos nos afectan.
Este "termómetro emocional" nos permite evaluar y responder adecuadamente a los desafíos y oportunidades que encontramos en nuestra vida diaria.
Las emociones también juegan un papel central en la regulación del comportamiento.
Al influir en nuestras decisiones y acciones, las emociones nos guían hacia comportamientos que pueden maximizar nuestras probabilidades de supervivencia y bienestar.
Por ejemplo, el miedo puede desencadenar una respuesta de huida ante el peligro, mientras que la alegría puede fomentar conductas de acercamiento y socialización.
A nivel universal, las emociones son comunes a todas las culturas y se manifiestan de manera consistente en tres dominios principales: el cuerpo, la mente y el comportamiento.
A nivel físico, las emociones se expresan a través de cambios fisiológicos en el cuerpo.
Cuando experimentamos una emoción, nuestro cuerpo responde de manera automática, sin que tengamos control consciente sobre estos cambios.
Estos pueden incluir variaciones en la sudoración, cambios en las sensaciones viscerales como en el estómago, fluctuaciones en el ritmo cardíaco, alteraciones en los patrones de sueño, tensiones musculares, y cambios en la coloración de la piel, especialmente en el rostro.
Estos cambios no solo nos permiten percibir nuestras propias emociones, sino que también pueden ser observados por otros, facilitando la comunicación no verbal.
Las emociones también afectan nuestras funciones cognitivas.
Cuando una emoción se activa, puede modificar el contenido, la intensidad y la frecuencia de nuestros pensamientos.
Por ejemplo, una persona ansiosa puede experimentar pensamientos repetitivos y negativos, mientras que una persona alegre puede tener pensamientos optimistas y creativos.
Además, las emociones influyen en otros procesos cognitivos, como la memoria y la atención, modulando la forma en que procesamos la información y tomamos decisiones.
En cuanto al comportamiento, las emociones también nos impulsan a actuar de ciertas maneras, motivándonos a adoptar conductas que se alineen con nuestros estados emocionales.
Este impulso es adaptativo y ha evolucionado para ayudarnos a enfrentar diferentes situaciones.
Por ejemplo, el asco nos impulsa a alejarnos de sustancias potencialmente peligrosas, mientras que la tristeza puede llevarnos a buscar aislamiento y reflexión, lo que puede ser útil para procesar pérdidas o cambios significativos.
En resumen, las emociones son un componente esencial de la experiencia humana, integrando respuestas corporales, procesos mentales y comportamientos en una sinergia que nos permite interactuar de manera efectiva con nuestro entorno.
¿Cuál es la función de las emociones básicas?
Aunque existen múltiples teorías sobre las emociones, todas convergen en un punto fundamental: las emociones son esenciales para la supervivencia humana y cumplen funciones clave que nos permiten adaptarnos a nuestro entorno y mejorar nuestras probabilidades de éxito en contextos diversos.
Las emociones son herramientas evolutivas que nos ayudan a adaptarnos a un mundo lleno de desafíos y obstáculos.
Cada emoción tiene una función específica que nos prepara para actuar de manera efectiva según la situación.
Por ejemplo, el miedo actúa como un mecanismo de defensa, activando respuestas de huida o evitación ante posibles amenazas.
La ira, por su parte, puede movilizarnos para defendernos cuando nos sentimos atacados, aumentando nuestra energía y concentración, mientras que la tristeza nos permite procesar y aceptar pérdidas, facilitando el duelo y la adaptación emocional.
Desde una perspectiva biológica, estas respuestas emocionales han sido seleccionadas a lo largo de la evolución porque mejoran nuestras posibilidades de supervivencia en situaciones críticas.
Así, las emociones no son simplemente reacciones, sino mecanismos adaptativos que optimizan nuestra interacción con el entorno.
Las emociones también son fundamentales para la vida en sociedad, ya que nos permiten construir y mantener relaciones interpersonales.
Emociones como el amor y la alegría fortalecen nuestros vínculos sociales, promoviendo la cooperación y la cohesión dentro de los grupos.
Estos vínculos no solo son importantes para el bienestar emocional, sino también para la supervivencia, ya que los seres humanos somos seres sociales por naturaleza y dependemos de la colaboración con otros para enfrentar desafíos comunes.
La culpa, por ejemplo, es una emoción que surge cuando violamos normas sociales o morales, y su función es promover la reparación de los vínculos dañados.
Cuando compartimos nuestras emociones con los demás, ya sea a través del lenguaje o de señales no verbales, facilitamos la empatía y la comprensión mutua, lo que mejora la comunicación y fortalece las relaciones.
Las emociones también desempeñan un papel crucial en la motivación, que es el proceso que nos impulsa a actuar con el objetivo de alcanzar determinadas metas.
Las emociones pueden ser un poderoso motor que dirige nuestras acciones hacia un objetivo específico con mayor intensidad.
Por ejemplo, la esperanza puede darnos el empuje necesario para perseverar ante desafíos difíciles, mientras que el placer nos motiva a repetir actividades que nos resultan gratificantes.
El enfado, por ejemplo, no solo es una respuesta a la frustración, sino que también puede ser un catalizador que nos impulsa a resolver conflictos o a defender nuestros derechos.
La curiosidad, por su parte, es una emoción que nos lleva a explorar lo desconocido, facilitando el aprendizaje y el descubrimiento.
La relación entre emoción y motivación es dinámica: la intensidad y la naturaleza de la emoción pueden variar según la situación, modulando nuestra disposición para actuar.
De este modo, las emociones no solo nos preparan para reaccionar ante situaciones inmediatas, sino que también influyen en nuestra capacidad para planificar y perseguir objetivos a largo plazo.
Entender cómo operan las emociones nos permite apreciar su papel central en la vida humana y en la manera en que interactuamos con el mundo y con los demás.
Las emociones primarias
Las emociones pueden clasificarse de diferentes maneras, como por su valencia (agradables o desagradables) o por su intensidad.
Sin embargo, una de las clasificaciones más prácticas y útiles se basa en distinguir entre emociones básicas y emociones secundarias.
Las emociones básicas son innatas y automáticas, con base biológica, mientras que las emociones secundarias son más complejas y se adquieren a través del aprendizaje y la experiencia.
Las emociones básicas están presentes en nosotros desde el nacimiento y se desencadenan rápidamente ante ciertos estímulos, generalmente durando solo unos segundos.
Estas emociones han sido ampliamente estudiadas por diversos autores como Paul Ekman (1979), Daniel Goleman (1995), Robert Plutchik (1980), y Luis Aguado (2005), quienes han identificado las emociones más comunes y universales entre los seres humanos.
1. Alegría
La alegría es una emoción agradable que surge ante situaciones favorables.
Se manifiesta externamente a través de la sonrisa, la risa y el buen humor, mientras que internamente se traduce en pensamientos positivos y una sensación general de energía y relajación en el cuerpo.
La alegría nos motiva a repetir las acciones que nos generan bienestar y satisfacción, y facilita la interacción social, promoviendo el contacto y la afiliación con otras personas.
2. Tristeza
La tristeza es una respuesta emocional al dolor o a la pérdida de algo o alguien significativo.
Se caracteriza por una disminución en la energía corporal, un sentimiento de apatía y pensamientos negativos centrados en el objeto de la pérdida.
Físicamente, puede manifestarse a través del llanto o la sensación de tener un "nudo en la garganta".
La tristeza nos ayuda a procesar y aceptar el dolor emocional, permitiéndonos reflexionar y elaborar el duelo.
Además, nos impulsa a buscar apoyo social, compartiendo nuestro dolor con otros para recibir consuelo y comprensión.
3. Ira/Enfado
La ira es una emoción que surge cuando percibimos que algo o alguien nos ha perjudicado.
Se acompaña de una activación del sistema nervioso, que incluye un aumento de la frecuencia cardíaca, tensión muscular e hiperventilación.
La ira nos proporciona la energía necesaria para defendernos y protegernos de futuros agravios.
Cuando se gestiona adecuadamente, puede ser útil para establecer límites y mejorar las relaciones interpersonales, creando un espacio seguro donde las tensiones puedan ser discutidas y resueltas.
4. Miedo/Ansiedad
El miedo es una emoción que aparece ante la percepción de un peligro, ya sea real o imaginario.
Según la intensidad del miedo, se activa una respuesta fisiológica que puede incluir sudoración, taquicardia, malestar estomacal y, en casos extremos, alteraciones en el control de los esfínteres.
La principal función del miedo es protegernos.
Nos prepara para enfrentar un peligro mediante respuestas como la huida, la confrontación o la adopción de medidas de protección.
5. Asco
El asco es una emoción que provoca una fuerte sensación de rechazo hacia ciertos estímulos, ya sean objetos, situaciones o personas.
Se expresa principalmente a través de reacciones corporales, como la náusea o el alejamiento.
El asco nos protege de posibles amenazas o daños, como alimentos en mal estado o comportamientos inaceptables, al alejarnos de lo que consideramos perjudicial.
6. Sorpresa
La sorpresa es una reacción emocional que ocurre ante un evento inesperado o desconocido.
Es una emoción breve que genera un estado de alerta y curiosidad.
La sorpresa nos ayuda a enfocar nuestra atención en lo novedoso, permitiendo una rápida evaluación de la situación y facilitando la exploración y el aprendizaje sobre lo que ha causado dicha emoción.
7. Seguridad
La seguridad es una sensación de tranquilidad que experimentamos en la ausencia de peligro o cuando confiamos en alguien o algo.
Se caracteriza por un estado interno de calma, serenidad y control, acompañado de pensamientos centrados en el presente.
Sentir seguridad nos permite operar con eficacia en nuestro entorno, tomando decisiones y actuando con confianza.
También facilita la conexión tanto con los demás como con nosotros mismos, reforzando nuestro sentido de control y estabilidad.
Las emociones básicas son respuestas universales e innatas que cumplen funciones cruciales para nuestra adaptación y supervivencia.
Las emociones secundarias
Las emociones secundarias son más complejas que las emociones básicas, ya que involucran un alto grado de procesamiento cognitivo y autoevaluación.
A diferencia de las emociones primarias, que son automáticas y universales, las emociones secundarias resultan de la combinación y la interacción de emociones básicas.
Estas emociones no solo dependen de nuestra biología, sino que también están profundamente influenciadas por nuestras experiencias personales, nuestras interacciones sociales y los valores y normas culturales que hemos internalizado a lo largo de la vida.
Las emociones secundarias requieren un proceso cognitivo más elaborado.
Este proceso incluye la evaluación de situaciones según nuestras creencias, valores y expectativas, así como la comparación con normas sociales.
Por ejemplo, sentir culpa implica reconocer que hemos violado una norma importante, lo que requiere no solo conciencia de esa norma, sino también un juicio sobre nuestras propias acciones.
Además, las emociones secundarias tienden a ser más persistentes que las emociones básicas.
Mientras que las emociones básicas pueden surgir y desaparecer rápidamente, las emociones secundarias pueden durar mucho más tiempo, ya que están asociadas con procesos de reflexión y rumiación.
Su manifestación corporal es menos evidente; por ejemplo, mientras el miedo puede desencadenar una respuesta física inmediata, como la sudoración o la aceleración del pulso, la culpa o el orgullo pueden no tener signos corporales tan obvios, aunque sí pueden influir en nuestra postura, tono de voz, y expresión facial.
Estas emociones también se conocen como emociones aprendidas porque se desarrollan a través de la interacción con nuestro entorno y se moldean por nuestras experiencias y el aprendizaje social.
Por ejemplo, aprendemos a sentir vergüenza cuando violamos normas sociales específicas, o a sentir orgullo cuando cumplimos con las expectativas culturales y personales.
A través de la imvestigación se han identificado las siguientes emociones secundarias:
1. Vergüenza
La vergüenza es una emoción negativa que surge cuando tememos ser juzgados o humillados por los demás, especialmente en relación con aspectos de nuestra identidad o acciones que consideramos inadecuadas.
En teoría, la vergüenza puede actuar como un mecanismo de control social, disuadiéndonos de comportarnos de manera que podría llevar al rechazo.
Sin embargo, en muchos casos, la vergüenza puede ser debilitante, ya que nos lleva a escondernos, a inhibir nuestra conducta y a desarrollar una autoevaluación negativa, lo que puede afectar nuestra autoestima y relaciones sociales.
2. Culpa
La culpa es un sentimiento de malestar que experimentamos cuando creemos que hemos cometido un error o transgredido normas importantes, ya sean personales, sociales o laborales.
La culpa nos impulsa a reflexionar sobre nuestras acciones, lo que puede motivarnos a reparar el daño causado y a buscar soluciones para evitar cometer el mismo error en el futuro.
Si bien puede ser constructiva al promover la responsabilidad y la reparación, la culpa excesiva o mal gestionada puede conducir a la parálisis emocional y al deterioro del bienestar.
3. Orgullo
El orgullo es una emoción positiva que sentimos cuando logramos algo significativo o cuando nuestra identidad y acciones son reconocidas como valiosas por nosotros mismos o por los demás.
El orgullo refuerza nuestra autoestima, nos proporciona un sentido de identidad y pertenencia, y puede motivarnos a seguir esforzándonos por alcanzar nuestras metas.
Sin embargo, un exceso de orgullo puede llevar a la arrogancia, lo que podría afectar negativamente nuestras relaciones interpersonales.
4. Satisfacción/Placer
La satisfacción es una sensación de plenitud y bienestar que surge cuando logramos cubrir nuestras necesidades o deseos.
Esta emoción nos motiva a repetir comportamientos que nos resultan gratificantes, contribuyendo así a nuestro desarrollo personal y autorealización.
El placer asociado con la satisfacción puede actuar como un refuerzo positivo que guía nuestras elecciones y comportamientos futuros.
5. Amor
El amor es una emoción profunda y positiva que sentimos hacia una persona con la que deseamos establecer un vínculo cercano y recíproco.
El amor no solo nos proporciona alegría y energía, sino que también fortalece los lazos interpersonales, promoviendo el cuidado mutuo, la protección y la construcción de relaciones íntimas y significativas.
A través de la autoevaluación y la interacción social, estas emociones nos ayudan a navegar las normas culturales y a adaptarnos a nuestro entorno de manera más sofisticada.
Su estudio es esencial para entender cómo nuestras emociones influyen en nuestras decisiones, comportamientos y relaciones a lo largo de la vida.
Aprendizaje e Inteligencia emocional
Las emociones desempeñan un papel crucial en nuestra supervivencia y bienestar, pero no todas las emociones tienen un impacto positivo en nuestra vida.
Es útil distinguir entre emociones saludables y no saludables para comprender cómo afectan nuestra adaptación al entorno y nuestro crecimiento personal.
Emociones Saludables/adaptativas
Una emoción es considerada saludable cuando contribuye de manera positiva a nuestra supervivencia, bienestar y desarrollo personal.
Estas emociones nos ayudan a resolver problemas, mejorar nuestras relaciones interpersonales y adaptarnos mejor a las circunstancias cambiantes de nuestro entorno.
Por ejemplo, el miedo puede ser saludable cuando nos alerta de un peligro real y nos prepara para enfrentarlo o evitarlo, mientras que la alegría puede mejorar nuestras relaciones al fomentar la conexión social y el optimismo.
Emociones No Saludables/desadaptativas
En contraste, las emociones no saludables suelen ser el resultado de una gestión inadecuada de nuestro mundo emocional.
Estas emociones no solo no contribuyen a nuestro crecimiento o adaptación, sino que también pueden generar un sufrimiento innecesario y afectar negativamente nuestra calidad de vida.
Las emociones no saludables o desadaptativas se pueden clasificar en:
Emociones Negativas Crónicas:
Las emociones desagradables, como la tristeza, el miedo o la ira, se vuelven problemáticas cuando se vuelven crónicas, es decir, cuando persisten en el tiempo sin que la causa original que las desencadenó siga presente.
Este estado crónico puede llevar a condiciones como la depresión, la ansiedad persistente o el resentimiento continuo, que interfieren con nuestra capacidad para disfrutar de la vida y relacionarnos saludablemente con los demás.
Bloqueos Emocionales:
Un bloqueo emocional ocurre cuando una persona tiene dificultad para experimentar o expresar una emoción determinada.
Por ejemplo, alguien que nunca expresa su enfado podría estar suprimiendo esta emoción, lo que puede llevar a que se manifieste de otras formas menos saludables, como la tristeza o el resentimiento.
Estos bloqueos pueden impedir que la persona se beneficie de la función adaptativa que tiene la emoción reprimida, afectando su capacidad para defender sus límites o procesar experiencias dolorosas.
Bloqueos Conductuales:
Las emociones también pueden afectar nuestras acciones de manera negativa.
En lugar de guiarnos hacia conductas saludables y adaptativas, algunas emociones pueden llevarnos a la inacción, la desorientación o incluso la desesperación.
Por ejemplo, la ansiedad extrema puede paralizar a una persona, impidiéndole tomar decisiones efectivas, mientras que el miedo descontrolado puede llevar a evitar situaciones necesarias para el crecimiento personal.
Desde la infancia, aprendemos a manejar nuestras emociones a través de la interacción con nuestro entorno y las figuras de referencia, como padres, maestros y otros cuidadores.
Sin embargo, este aprendizaje a menudo es incompleto o inadecuado.
En muchas culturas, la educación emocional se centra menos en el desarrollo emocional que en la formación académica, lo que deja a los niños con herramientas insuficientes para manejar sus emociones de manera saludable.
Además, si nuestros cuidadores también tienen dificultades con su propia gestión emocional, es probable que estas limitaciones se transmitan y perpetúen.
Por ejemplo, si no se nos enseña a procesar adecuadamente el dolor de una pérdida, podríamos desarrollar un miedo persistente a nuevas relaciones por temor a sufrir de nuevo.
O si experimentamos una gran injusticia en el pasado y no hemos podido superarla, podríamos arrastrar sentimientos de ira o resentimiento que continúan afectando nuestras vidas.
Los traumas, definidos como experiencias profundamente perturbadoras o dañinas, pueden dejar una marca duradera en nuestra capacidad para manejar nuestras emociones.
Estos eventos pueden alterar nuestra capacidad natural para responder a futuras situaciones de manera eficaz, llevando a síntomas emocionales crónicos como el miedo, la ansiedad o la ira recurrente.
Superar el trauma implica reconocer tanto los síntomas como sus causas, y trabajar en la regulación del sistema nervioso alterado.
La intervención de un profesional de la salud mental suele ser necesaria para abordar estos problemas de manera efectiva.
Aquí es donde entra en juego la inteligencia emocional.
A pesar de los desafíos que pueden presentar las emociones no saludables, es posible aprender a gestionarlas a través del desarrollo de la inteligencia emocional.
La inteligencia emocional se refiere a la capacidad de reconocer, comprender y gestionar nuestras propias emociones y las de los demás.
Desarrollar esta habilidad es fundamental para mejorar nuestra calidad de vida y bienestar general.
Algunas estrategias clave incluyen:
Conexión e Identificación Emocional: Aprender a identificar con precisión nuestras emociones y las causas subyacentes.
Expresión Saludable de Emociones: Ser capaz de expresar nuestras emociones de manera constructiva, ya sea en soledad o acompañado, para evitar la represión emocional o las explosiones descontroladas.
Reflexión y Comprensión: Reflexionar sobre nuestras emociones para extraer la información que nos están proporcionando y que es crucial para nuestro bienestar.
Toma de Decisiones Informada: Usar la reflexión emocional para tomar decisiones que sean protectoras y beneficiosas para nosotros, en lugar de actuar impulsivamente o desde el miedo.
El desarrollo de la inteligencia emocional es un proceso continuo que puede llevar a una vida más equilibrada y satisfactoria, mejorando nuestras relaciones interpersonales y nuestra capacidad para enfrentar los desafíos de manera resiliente.
Canto, río, con tus aguas
Éste poema, perteneciente a Rafael Alberti, resuena profundamente con las ideas filosóficas y psicológicas sobre la autenticidad emocional, la vulnerabilidad y la resistencia.
A través de sus versos, el autor explora la importancia de permitirnos sentir y expresar nuestras emociones, sugiriendo que reprimirlas nos convierte en seres endurecidos, como de piedra, incapaces de experimentar la riqueza de la vida humana en su plenitud.
En el poema, la piedra se presenta como una metáfora de la insensibilidad y la negación de las emociones.
Aquellos "de piedra" son los que no lloran, no gritan, no ríen y no cantan; es decir, son personas que han cerrado la puerta a sus sentimientos, posiblemente por miedo al dolor, la vulnerabilidad o el juicio externo.
Desde una perspectiva psicológica, esta imagen de la piedra representa una defensa psicológica común: la represión emocional.
Cuando las personas se endurecen emocionalmente, suelen hacerlo como un mecanismo de autoprotección para evitar el sufrimiento.
Sin embargo, al hacerlo, también se privan de las experiencias que hacen que la vida sea significativa.
La desconexión emocional puede ser vista como una forma de muerte en vida, donde la persona, en su intento de evitar el dolor, también pierde la capacidad de sentir alegría, amor, y otras emociones positivas.
Desde el punto de vista filosófico, esto puede relacionarse con la alienación descrita por filósofos como Sartre o Heidegger, donde el individuo se aleja de su ser auténtico, de su "ser en el mundo", convirtiéndose en algo inerte y mecánico, más que en un ser humano vivo y vibrante.
Alberti, en contraste con la figura de la piedra, se declara en sus versos como alguien que "nunca será de piedra".
Esta afirmación es un acto de resistencia contra la insensibilidad y el endurecimiento.
Gritar, reír, llorar y cantar son manifestaciones de la vida en su forma más pura y auténtica.
En la psicología humanista, figuras como Carl Rogers y Abraham Maslow han subrayado la importancia de la autenticidad y la congruencia emocional como pilares fundamentales para el bienestar psicológico.
El ser auténtico, según estos psicólogos, implica la alineación entre lo que sentimos, lo que pensamos y lo que expresamos.
La negación de la expresión emocional es, por tanto, una forma de autoengaño y de desconexión del ser verdadero.
Desde esta perspectiva, llorar cuando sea necesario, gritar cuando sea necesario, y reír o cantar cuando sea necesario no son solo actos de expresión emocional, sino también afirmaciones de la existencia auténtica y plena.
En este sentido, Alberti está promoviendo una filosofía de vida que valora la integridad emocional y rechaza la superficialidad de la represión y el conformismo emocional.
Expresar las emociones, especialmente aquellas que nos hacen sentir vulnerables como el llanto o el miedo, requiere de una gran valentía.
En la cultura moderna, que a menudo valora la fuerza y el control sobre las emociones, el acto de llorar puede ser visto como una debilidad.
Sin embargo, filósofos y psicólogos contemporáneos, como Brené Brown, han argumentado que la vulnerabilidad no es una señal de debilidad, sino de fortaleza.
La capacidad de estar abierto emocionalmente, de sentir y expresar lo que realmente pasa dentro de nosotros, es lo que nos permite conectarnos genuinamente con los demás y vivir de manera plena.
Alberti parece sugerir que es precisamente en la expresión de nuestras emociones donde encontramos nuestra humanidad y nuestra fortaleza.
La espada que se menciona en el poema puede interpretarse como un símbolo de esta fortaleza emocional.
No es una espada que se blande para causar daño, sino una que sigue el curso del río, fluyendo con las emociones en lugar de resistirlas.
Es en esta fluidez, en la capacidad de adaptarse y de moverse con las corrientes de la vida, donde reside la verdadera fuerza.
El río, por otro lado, es un símbolo poderoso de la vida emocional.
Como el agua de un río, nuestras emociones son fluidas, cambiantes y, a menudo, impredecibles.
Intentar controlarlas de manera rígida o reprimirlas es como tratar de contener un río en una presa; eventualmente, la presión se acumula y puede desbordarse de maneras destructivas.
En lugar de construir muros de piedra para contener el río, Alberti sugiere que debemos fluir con él, aceptando y expresando nuestras emociones a medida que surgen.
Desde una perspectiva psicológica, este enfoque está alineado con las teorías de la regulación emocional que abogan por la aceptación y la expresión adecuada de las emociones.
Reprimir o negar nuestras emociones puede llevar a una variedad de problemas psicológicos, desde la ansiedad hasta la depresión, mientras que el permitirnos sentir y procesar nuestras emociones nos permite adaptarnos mejor a las circunstancias de la vida y mantener un equilibrio emocional saludable.
Alberti también parece reconocer la importancia de la expresión emocional no solo a nivel individual, sino también en el contexto de la comunidad.
Gritar, reír, cantar y llorar no son solo actos solitarios; son también actos que nos conectan con los demás.
En muchas culturas, estas expresiones emocionales son fundamentales para el tejido social, permitiendo a las personas compartir sus experiencias, apoyarse mutuamente y fortalecer los lazos comunitarios.
Filosóficamente, esto nos lleva a la idea de que la verdadera humanidad no se encuentra en la autosuficiencia o en la represión de las emociones, sino en la capacidad de conectarnos profundamente con los demás a través de nuestras emociones compartidas.
Las emociones son, en este sentido, un lenguaje universal que trasciende las barreras culturales y lingüísticas, permitiéndonos empatizar y comprendernos unos a otros en un nivel fundamental.
La vida, como el río, está en constante movimiento, y nuestras emociones son una parte intrínseca de ese flujo.
Al permitirnos sentir y expresar lo que realmente somos, nos mantenemos conectados con la corriente de la vida, evitando convertirnos en piedras, inertes y desconectadas del mundo que nos rodea.