Por: Omar Milizia Aguilar, Psicología Fortaleza. | 27/05/2024
Un monje paseaba como cada mañana alrededor de un precioso lago.
De pronto observó como, en el agua, un pequeño escorpión se estaba ahogando, tratando de alcanzar la orilla.
Sin pensarlo, el monje se acercó, alargó su brazo y lo cogió para salvarle la vida.
En el mismo instante en que lo agarró, el escorpión le picó en la mano. Como reacción al dolor el monje lo soltó, y el animal cayó de nuevo al agua.
Tras unos instantes, el monje observó como el escorpión intentaba, sin éxito, llegar de nuevo a la orilla. Se acercó, alargó el brazo y volvió a cogerlo para salvarlo.
Y el escorpión le picó de nuevo en la mano, cayendo otra vez al agua.
Un labrador que pasaba por la zona y que había observado todo, se acercó y le preguntó:
Perdone, ¿No ve que cada vez que intenta sacarlo del agua le pica?
El monje le respondió: La naturaleza del escorpión es picar, y la mía es ayudar. Su naturaleza no va a cambiar la mía”.
Entonces el monje cogió una una hoja, sacó al animal del agua y le salvó la vida.”
La naturaleza y el ser humano
La naturaleza, con su profunda sabiduría y su poder inmenso, sigue unos ritmos y ciclos propios que los seres humanos, en nuestra mayoría, nos empeñamos en desafiar y contradecir.
A lo largo de los siglos, hemos construido entornos artificiales que nos permiten vivir vidas determinadas por las exigencias y expectativas que cada sociedad ha establecido.
Estas construcciones, aunque prácticas en muchos aspectos, han creado una disonancia significativa entre los ritmos naturales y los ritmos impuestos por nuestra estructura social y económica.
Desde una perspectiva psicológica, este desajuste puede tener profundas repercusiones en nuestro bienestar mental y emocional.
Los humanos, como seres biológicos, estamos intrínsecamente conectados con los ciclos de la naturaleza, tales como el día y la noche, las estaciones y otros ritmos circadianos.
Cuando nos apartamos de estos ciclos naturales para adaptarnos a un ritmo de vida que prioriza la productividad y la eficiencia, nos sometemos a un estrés crónico y a una serie de problemas de salud mental.
Este fenómeno se ve exacerbado por nuestras aspiraciones económicas, que a menudo nos llevan a adoptar un ritmo de trabajo elevado, regido por horarios estrictos y una constante prisa por cumplir con las demandas laborales, dejando escaso espacio para actividades que nos proporcionen verdadero placer y satisfacción.
Un ejemplo claro de estas exigencias es la necesidad de rendir y producir dentro de determinados horarios laborales, con el fin de mantener un puesto que nos proporcione un estatus social y económico.
Este estatus, a menudo visto como un indicador de éxito y felicidad, puede ser engañoso.
La psicología positiva nos enseña que la verdadera felicidad y bienestar provienen de la satisfacción de necesidades psicológicas básicas, como la autonomía, la competencia y la relación con los demás, más que de logros externos y reconocimiento social.
Desde una perspectiva filosófica, el hedonismo y el eudemonismo nos ofrecen diferentes enfoques para entender la felicidad.
Mientras que el hedonismo, asociado con filósofos como Aristipo de Cirene, enfatiza la búsqueda de placer y la evitación del dolor, el eudemonismo, defendido por Aristóteles, sostiene que la verdadera felicidad se encuentra en la realización de nuestro potencial y en vivir una vida virtuosa.
En la sociedad moderna, la búsqueda de estatus y éxito material puede parecer una forma de alcanzar el bienestar, pero a menudo nos aleja de lo que realmente nos hace felices: el cultivo de relaciones significativas, el desarrollo personal y la conexión con nuestra esencia más profunda.
Al buscar un equilibrio más armonioso entre nuestra existencia y los ciclos naturales, podemos encontrar un camino hacia una vida más satisfactoria y en sintonía con nuestra verdadera naturaleza.
El contacto con la naturaleza
Contactar con la naturaleza implica abandonar la noción egocéntrica de que somos seres especiales o únicos, y aceptar que somos simplemente una especie más dentro del vasto entramado natural.
Desde una perspectiva científica, esta visión nos invita a reconocer nuestra interdependencia con el entorno y a adaptarnos a los ritmos y ciclos naturales, en lugar de intentar imponer nuestros propios deseos y expectativas.
Este acto de adaptación puede ser liberador, ya que al sincronizarnos con los procesos naturales y dejar de luchar para que las cosas salgan siempre según nuestras expectativas, podemos aprender a vivir de manera más plena y disfrutar más de la vida en lugar de vivir bajo la constante presión de la exigencia.
En las sociedades tradicionales, donde las necesidades materiales son mínimas y las prioridades son diferentes, las creencias y valores que guían el comportamiento no se centran en lo económico.
Las personas en estas sociedades dedican al trabajo solo el tiempo necesario para subsistir, permitiéndose así disfrutar del resto de su tiempo en armonía con la naturaleza.
Esto les proporciona un nivel de placer y tranquilidad que es difícil de alcanzar en sociedades modernas, donde el trabajo y el consumo dominan gran parte de la vida cotidiana.
Desde un punto de vista científico, podemos analizar cómo la integración con la naturaleza puede fomentar el desarrollo de habilidades psicológicas y sociales cruciales.
La biología evolutiva sugiere que nuestra capacidad para empatizar, ser flexibles y aceptar críticas está profundamente arraigada en nuestra historia como especie social.
Cuando nos sentimos parte de la naturaleza, estas habilidades pueden florecer.
La empatía, por ejemplo, es esencial para la cooperación y la cohesión social, y estudios han demostrado que pasar tiempo en la naturaleza puede aumentar nuestra capacidad empática al reducir el estrés y fomentar una sensación de conexión con los demás seres vivos.
La flexibilidad, otra habilidad fundamental, es crucial para adaptarnos a los cambios y desafíos del entorno.
La naturaleza, con su diversidad y dinamismo, ofrece un contexto perfecto para practicar y desarrollar esta habilidad. Al observar y aprender de los ciclos naturales, podemos internalizar una actitud más flexible y resiliente, lo cual es beneficioso tanto a nivel individual como comunitario.
La aceptación de las críticas también se facilita cuando adoptamos una visión más holística de nuestro lugar en el mundo.
Al reconocer que somos parte de un ecosistema más grande, podemos reducir nuestro ego y aceptar las críticas de manera constructiva, entendiendo que cada feedback es una oportunidad para crecer y mejorar.
Esta actitud nos ayuda a relacionarnos de manera más saludable y enriquecedora con los demás, fomentando relaciones más fuertes y un sentido de comunidad más profundo.
Además, estudios en psicología ambiental han demostrado que la conexión con la naturaleza puede mejorar significativamente nuestro bienestar psicológico.
Pasar tiempo al aire libre y en entornos naturales se asocia con una reducción en los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y un aumento en los niveles de serotonina, la hormona del bienestar.
Este contacto con la naturaleza puede llevar a una mejora en el estado de ánimo, una mayor satisfacción con la vida y una mejor salud mental en general.
Al alinearnos con los ritmos naturales y valorar nuestras conexiones con los demás seres vivos, podemos experimentar una vida más rica y satisfactoria, en armonía con el mundo que nos rodea.
¿Cómo podemos disfrutar de la naturaleza?
Teniendo en cuenta lo mencionado anteriormente y asumiendo que vivimos en una sociedad occidental caracterizada por sus demandas materiales y económicas, es natural preguntarse: ¿cómo puedo adoptar un estilo de vida más alineado con la naturaleza y aprovechar los beneficios de la tranquilidad, serenidad y mejorar mi forma de manejar las exigencias tanto externas como internas?
Desde una perspectiva científica, podemos considerar varias estrategias basadas en la psicología, la neurociencia y la biología para lograr este objetivo.
1. Incrementa la exposición a entornos naturales
La investigación científica ha demostrado que pasar tiempo en la naturaleza tiene numerosos beneficios para la salud mental y física. Por ejemplo, estudios han encontrado que actividades como caminar en parques, visitar playas, o hacer senderismo en montañas pueden reducir significativamente los niveles de cortisol, una hormona asociada con el estrés. Estos entornos naturales no solo proporcionan un escape del ritmo frenético de la vida urbana, sino que también promueven la relajación y el bienestar.
Estrategias prácticas:
Paseos por el campo o parques urbanos: Estudios han demostrado que incluso cortos paseos de 20 a 30 minutos en espacios verdes pueden mejorar el estado de ánimo y reducir la ansiedad.
Visitas a la playa: La combinación del sonido de las olas, la brisa marina y la vista del horizonte tiene un efecto calmante sobre el sistema nervioso.
Rutas de montaña: La actividad física moderada, junto con la exposición a paisajes naturales, puede aumentar los niveles de endorfinas, mejorando la sensación de bienestar.
2. Desarrolla conciencia sobre tus pensamientos y creencias
La autoconciencia y la reflexión crítica sobre nuestros propios pensamientos y creencias pueden ayudarnos a identificar y desafiar las exigencias que la sociedad impone, y que a menudo internalizamos sin cuestionarlas. La psicología cognitiva sugiere que nuestras creencias y pensamientos automáticos influyen profundamente en nuestras emociones y comportamientos. Identificar patrones de pensamiento que empiezan con "tengo que..." o "debería..." puede ser el primer paso para liberarse de expectativas poco realistas.
Estrategias prácticas:
Mindfulness y meditación: Estas prácticas pueden aumentar la conciencia de los pensamientos y permitir una mayor introspección sobre las creencias subyacentes.
Journaling: Escribir sobre tus pensamientos y sentimientos puede ayudar a identificar y analizar las creencias que te impulsan.
Terapia cognitivo-conductual (TCC): Esta forma de terapia puede ayudar a reestructurar pensamientos disfuncionales y desarrollar una perspectiva más realista y compasiva hacia uno mismo.
3. Adopta hábitos que te reconecten con el ritmo de la naturaleza
Incorporar pequeños cambios en la rutina diaria que te reconecten con los ritmos naturales puede tener un impacto significativo en tu bienestar. La biología del comportamiento sugiere que prácticas simples como caminar despacio, aceptar la imperfección y dejar de preocuparse por lo que está fuera de tu control pueden reducir el estrés y aumentar la resiliencia.
Estrategias prácticas:
Camina despacio y conscientemente: En lugar de apresurarte, adopta un ritmo más tranquilo y presta atención al entorno. Esto puede reducir la frecuencia cardíaca y la presión arterial.
Practica la autocompasión: Si las cosas no salen como esperabas, en lugar de castigarte, trata de responder con amabilidad hacia ti mismo. La autocompasión está vinculada a menores niveles de ansiedad y depresión.
Enfócate en lo controlable: La teoría del locus de control sugiere que centrarse en lo que puedes controlar, en lugar de preocuparte por lo que no puedes, puede aumentar la sensación de eficacia y reducir el estrés.
Los beneficios científicos de vivir en armonía con la naturaleza afectan a varias esferas de nuestro organismo:
Reducción del estrés y mejora del estado de ánimo: Numerosos estudios han mostrado que la exposición a entornos naturales disminuye el estrés y mejora el bienestar emocional.
Mejora de las habilidades sociales: La interacción con la naturaleza también puede mejorar nuestras habilidades sociales. La biología sugiere que al sentirnos parte de un ecosistema más grande, desarrollamos mayor empatía y capacidad para relacionarnos de manera positiva con los demás.
Fortalecimiento del sistema inmunológico: La exposición a la naturaleza puede incluso tener beneficios biológicos tangibles, como el fortalecimiento del sistema inmunológico. La fitoncida, una sustancia química emitida por las plantas, ha demostrado aumentar la actividad de las células asesinas naturales en el cuerpo humano, que son cruciales para combatir las infecciones y el cáncer.
En conclusión, vivir de una manera más natural y en armonía con los ritmos de la naturaleza, aunque parezca un desafío, es posible a través de estrategias basadas en la evidencia científica.
Adoptar estos hábitos no solo puede proporcionar beneficios inmediatos en términos de tranquilidad y bienestar, sino también contribuir a una salud mental y física más robusta a largo plazo.
El monje y el escorpión
Esta historia encierra una profunda reflexión sobre la naturaleza intrínseca de los seres vivos y cómo nuestras acciones pueden estar determinadas por principios y valores fundamentales que trascienden las respuestas inmediatas y las reacciones instintivas.
Desde una perspectiva científica y filosófica, podemos extraer varias lecciones importantes sobre la interacción entre el instinto, la racionalidad y la moralidad.
La naturaleza y el instinto
El comportamiento del escorpión al picar es un claro ejemplo de instinto animal.
Los escorpiones, como muchas otras criaturas, están programados biológicamente para defenderse ante una posible amenaza.
Este acto refleja una respuesta automática diseñada para su supervivencia.
La picadura es una reacción involuntaria, un reflejo condicionado que no toma en cuenta las intenciones del monje, sino que actúa conforme a su naturaleza biológica.
Desde una perspectiva evolutiva, este comportamiento ha sido favorecido porque incrementa las posibilidades de supervivencia del escorpión en situaciones de peligro.
Esta respuesta instintiva, sin embargo, no es adaptable en todas las circunstancias, como en este caso, donde el acto de defensa pone en peligro su vida.
La naturaleza humana y la compasión
En contraste, la acción del monje está guiada por principios morales y una compasión que va más allá del instinto de autopreservación.
La decisión del monje de ayudar al escorpión, a pesar de ser picado, refleja una comprensión más elevada de la interconexión de la vida y un compromiso con sus propios valores éticos.
La filosofía, especialmente el humanismo y las enseñanzas budistas, enfatiza la importancia de la compasión, la empatía y la ayuda desinteresada.
El monje representa la capacidad humana para actuar en contra de los propios intereses inmediatos por un bien mayor.
Su respuesta no es instintiva, sino deliberada, lo que destaca la capacidad humana de reflexionar y actuar en concordancia con valores morales profundamente arraigados.
La ciencia del comportamiento altruista
La psicología y la neurociencia han explorado ampliamente el comportamiento altruista, demostrando que los actos de compasión y ayuda pueden estar profundamente arraigados en nuestra biología.
Investigaciones han mostrado que cuando las personas actúan de manera altruista, se activan áreas del cerebro asociadas con la recompensa, sugiriendo que ayudar a otros puede ser intrínsecamente gratificante.
Además, estudios en biología evolutiva sugieren que el comportamiento altruista puede tener beneficios adaptativos, ya que fomentar la cooperación y la ayuda mutua puede incrementar las posibilidades de supervivencia de grupos sociales.
Este tipo de comportamiento está enraizado en la empatía, la capacidad de comprender y compartir los sentimientos de otro ser, que es fundamental para la cohesión social.
Filosofía y ética de la acción
Desde un punto de vista filosófico, la acción del monje puede ser interpretada a través de varias lentes éticas.
La ética kantiana, por ejemplo, enfatiza el deber moral de actuar de acuerdo con principios universales.
El monje actúa conforme a su deber de ayudar, independientemente de las consecuencias inmediatas (como el dolor de la picadura).
El utilitarismo podría también valorar la acción del monje en términos del bienestar general que genera, salvando una vida.
Sin embargo, es en el contexto del humanismo y las enseñanzas espirituales que su acción resuena con mayor profundidad, subrayando la importancia de actuar conforme a un sentido interno de bondad y compasión.
En esencia, la historia del monje y el escorpión nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de nuestras acciones y la capacidad humana para trascender las respuestas instintivas a favor de comportamientos guiados por valores y principios.
Nos muestra que, aunque los instintos y la naturaleza biológica juegan un papel crucial en nuestro comportamiento, los seres humanos tienen la capacidad única de elegir acciones basadas en la compasión y la moralidad.
En última instancia, la reflexión sobre esta historia nos lleva a considerar cómo podemos integrar estos principios en nuestra vida cotidiana, buscando siempre actuar con empatía y compasión, incluso cuando enfrentamos respuestas negativas o dolorosas.