Por: Omar Milizia Aguilar, Psicología Fortaleza. | 13/12/2023
Un cargador de agua tenía dos grandes vasijas que colgaban de cada uno de los extremos de un palo, que llevaba encima de los hombros.
Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba todo el agua hasta el final del largo camino, desde el arroyo hasta su hogar; cuando llegaba, la vasija rota solo tenía la mitad del agua.
Durante dos años completos esto fue así diariamente; desde luego, la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada.
Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.
Después de dos años, la tinaja quebrada le habló al aguador, diciéndole:
-“Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga, y sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir.”
El aguador le dijo con atención:
-“Cuando regresemos a casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.”
Así lo hizo la tinaja.
Y en efecto, vió muchísimas flores hermosas a lo largo del trayecto, pero de todos modos se sintió apenada, porque al final, sólo quedaba dentro de sí la mitad del agua que debía llevar.
El aguador le dijo entonces -“¿Te has dado cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino?
Siempre he sabido de tus grietas.
Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado, y por dos años yo he podido recoger estas flores que le han dado color y alegría a nuestra vida.
Si no fueras exactamente cómo eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.”
La perfección en la imperfección
En nuestra sociedad, a menudo se nos inculca la idea de que la imperfección es algo a evitar a toda costa.
Nos dicen que debemos esforzarnos constantemente por alcanzar la excelencia en todas las áreas de nuestras vidas, y que la perfección es el estándar al que debemos aspirar... Sin embargo, ¿qué significa realmente ser imperfecto?
Ser imperfecto no es sinónimo de fracaso o de debilidad, sino más bien de humanidad.
Significa ser capaz de reconocer y aceptar nuestras imperfecciones, nuestros errores y nuestros fallos, y perdonarnos a nosotros mismos por ellos. Es un acto de autocompasión y autenticidad que nos permite abrazar nuestra propia humanidad, y crecer a partir de nuestras experiencias.
La imperfección nos define como individuos únicos y genuinos. Es la marca distintiva que nos diferencia de los demás y nos hace auténticos.
En nuestras imperfecciones encontramos nuestras fortalezas y debilidades, nuestros logros y nuestras decepciones. Son parte integral de nuestra identidad y nos ayudan a forjar conexiones auténticas con los demás.
En lugar de perseguir la ilusión de la perfección, deberíamos celebrar nuestra imperfección y aprender a valorarla como una parte fundamental de lo que somos.
Ser imperfecto es ser humano, y ser humano es ser verdaderamente nosotros mismos.
La perfección no existe
Los errores son una parte inevitable de la experiencia humana.
De hecho, podríamos decir que son una piedra angular en nuestro viaje hacia el conocimiento y el crecimiento personal. A través del ensayo y del error, exploramos los límites de nuestro entendimiento del mundo y de nosotros mismos, y en este proceso forjamos nuestros valores, actitudes y hábitos.
Cada error cometido se convierte en una oportunidad invaluable para aprender más sobre quiénes somos y sobre cómo interactuamos con nuestro entorno.
Sin embargo, esta exploración se ve empañada por la manera en que los demás, y nosotros mismos, respondemos a nuestros propios errores.
Con demasiada frecuencia, nos encontramos rodeados de críticas y juicios cuando tropezamos, incluso en situaciones en las que normalmente tenemos éxito.
Este enfoque desequilibrado puede llevarnos a internalizar una visión distorsionada de nosotros mismos, en la que nos enfocamos exclusivamente en nuestros fallos y descuidamos reconocer nuestros aciertos. En lugar de celebrar nuestra humanidad y la inevitabilidad de la imperfección, nos castigamos por cada desliz.
Es aquí donde el poder del lenguaje cobra una importancia crucial.
La forma en que nos hablamos a nosotros mismos y nos relacionamos con nuestras propias acciones y experiencias moldea nuestra percepción de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.
Es fundamental cuestionar y examinar de cerca las narrativas internas que construimos sobre nosotros mismos, y desafiar aquellas que perpetúan una visión distorsionada y autocrítica. Cultivar una autoestima saludable implica nutrir un diálogo interno compasivo y equilibrado, en el que no solo reconozcamos nuestros errores, sino también celebremos nuestras fortalezas y logros.
En última instancia, cuidar nuestra autoestima significa abrazar nuestra humanidad en toda su complejidad y aprender a amarnos a nosotros mismos, no a pesar de nuestras imperfecciones, sino precisamente por ellas.
Es en la aceptación de nuestra propia vulnerabilidad donde encontramos la verdadera fortaleza y la capacidad de crecer y prosperar como individuos.
La autenticidad y la imperfección de ser uno mismo
Contempla a todas las personas que te rodean y reconoce que cada una de ellas ha experimentado errores en algún momento de sus vidas.
Sin embargo, estos errores no definen su esencia ni determinan su valía como individuos. Cometer un error es una experiencia universal, una oportunidad para crecer y para evolucionar, para aprender de nuestras acciones y buscar nuevas formas de abordar los desafíos que se nos presentan.
Es crucial que nos liberemos del hábito de juzgar a los demás, así como de autojuzgarnos, a veces de manera implacable.
La próxima vez que te encuentres calificando a alguien como un desastre, un egoísta o cualquier otro juicio basado en una única observación de su comportamiento, detente y reflexiona. Reconoce la complejidad de la naturaleza humana y recuerda que no podemos comprender completamente a una persona solo a través de un fragmento de su conducta.
Nos convertimos en nuestro ser más auténtico cuando aceptamos que nuestra identidad está compuesta tanto por nuestras acciones acertadas como por nuestros errores.
Es fundamental reconocer nuestras fallas y nuestros defectos, así como nuestras virtudes y logros. No debemos juzgar a los demás por sus errores, ya que nosotros mismos somos vulnerables a cometerlos.
Cuando causamos daño a otros, es importante asumir la responsabilidad de nuestras acciones y explicar los motivos que nos llevaron a cometer el error.
Mostrar una actitud sincera y humilde nos permite conectar con los demás de manera más profunda y construir puentes de empatía y comprensión. Es preferible ser honestos y transparentes en lugar de intentar ocultar la verdad o justificar nuestros errores de manera superficial.
Perdonar a los demás y a nosotros mismos es un acto de compasión y liberación.
Reconocer nuestra humanidad compartida y permitirnos el perdón nos permite sanar las heridas del pasado y avanzar hacia un futuro más lleno de comprensión y aceptación mutua.
Aprender de nuestros errores
Una vez que hemos reconocido y aceptado nuestro error, el siguiente paso es extraer lecciones valiosas de esa experiencia.
Reflexionar sobre lo sucedido nos da la oportunidad de comprender qué nos llevó a cometer el error y qué factores intervinieron en él. Aprender de nuestros errores no solo nos fortalece, sino que también nos permite crecer como personas y enfrentar los desafíos de la vida con mayor sabiduría y resiliencia.
La atención juega un papel crucial en este proceso de aprendizaje.
Con frecuencia, nos encontramos abrumados por una carga excesiva de responsabilidades y expectativas, lo que nos lleva a sobreestimar nuestra capacidad para hacerles frente.
Esta autoexigencia desmedida puede llevarnos a cometer errores al no poder cumplir con nuestras propias expectativas. Es importante ser conscientes de nuestros límites y aprender a gestionar nuestras responsabilidades de una manera equilibrada.
Además, debemos reconocer que, en ocasiones, los errores no son exclusivamente el resultado de nuestras acciones o las de los demás.
Existen variables externas que escapan a nuestro control y que pueden influir en el resultado de una situación.
Intentar controlar cada aspecto de nuestras vidas puede ser contraproducente y llevarnos a cometer más errores. La vida misma es un proceso lleno de incertidumbre y ensayos, y es importante aceptar esta realidad.
En última instancia, la clave reside en el proceso de intentarlo una y otra vez. La vida está marcada por una serie de intentos y de errores, y es a través de estos intentos que crecemos, aprendemos y nos desarrollamos como seres humanos.
Aceptar la inevitabilidad de cometer errores nos libera del miedo al fracaso y nos permite abrazar la experiencia de vivir plenamente, con todas sus alegrías y desafíos.
La vasija
Este relato nos invita a reflexionar sobre la percepción que tenemos de nuestras propias imperfecciones y sobre cómo estas pueden ser transformadas en fuentes de belleza y crecimiento.
La vasija agrietada se siente avergonzada y miserable por no poder cumplir con su deber de manera completa, mientras que la vasija perfecta se enorgullece de su perfección aparente.
Sin embargo, el aguador revela una verdad profunda: las grietas de la vasija agrietada no son un obstáculo, sino una oportunidad para sembrar semillas de belleza y alegría a lo largo del camino.
En nuestra vida, también enfrentamos situaciones en las que nos sentimos incompletos o defectuosos, incapaces de cumplir con ciertos estándares de perfección. Aun así, es importante reconocer que nuestras imperfecciones no nos hacen menos valiosos ni menos capaces de generar impacto positivo en el mundo.
Al igual que la vasija agrietada, nuestras grietas pueden ser espacios fértiles para cultivar la belleza y la bondad en nuestro entorno.
El aguador nos enseña que la verdadera belleza reside en la capacidad de convertir nuestras limitaciones en fortalezas, de encontrar significado y propósito en nuestras imperfecciones. Al abrazar nuestras grietas y aceptar nuestra humanidad, podemos descubrir un potencial creativo y transformador que trasciende nuestras aparentes limitaciones.
Además, este relato nos recuerda la importancia de la atención y de la gratitud en nuestra vida diaria. A menudo, nos enfocamos en lo que nos falta en lugar de apreciar lo que tenemos.
Al cultivar una actitud de gratitud y atención plena, podemos descubrir la belleza y la alegría que nos rodean, incluso en medio de nuestras dificultades y limitaciones.
En última instancia, la historia de la vasija agrietada nos inspira a abrazar nuestras imperfecciones como parte integral de nuestra identidad y a reconocer el valor único que cada uno de nosotros aporta al mundo.