Por: Omar Milizia Aguilar, Psicología Fortaleza.| 26/11/2024
"Welcome,
Inch'Allah, Inch'Allah,
Enter one amazing grace is pouring down,
Fear not this light,
We are of this light divine,
So come,
We move as one,
Amazing grace is pouring down,
Fear not this light,
We are on this light divine,
Welcome,
Enter one".
"Bienvenido,
Si Dios quiere, si Dios quiere,
Entra,
Una gracia asombrosa se derrama,
No temas esta luz,
Somos de esta luz divina,
Así que ven,
Nos movemos como uno solo,
La gracia asombrosa se derrama,
No temas esta luz,
Estamos en esta luz divina,
Bienvenido,
Entra en ella."
Psicología y espiritualidad
En el marco de la psicoterapia contemporánea, se observa una creciente inclinación hacia la integración de la dimensión espiritual como un aspecto relevante del ser humano.
Desde diversas corrientes terapéuticas, los profesionales comienzan a reconocer el valor de incorporar esta dimensión como parte fundamental del bienestar integral.
Se ha planteado que una espiritualidad plenamente desarrollada puede contribuir significativamente al equilibrio emocional, dado que ambas dimensiones están profundamente interrelacionadas.
Aunque la espiritualidad ha sido definida de múltiples formas a lo largo de la historia, una perspectiva que resulta particularmente esclarecedora es la propuesta por Ingersoll y Zeitler, quienes la describen como un conjunto de necesidades fundamentales del ser humano.
Estas necesidades, al ser satisfechas, conducen a un estado de propósito y significado en la vida.
La espiritualidad, desde esta óptica, se entiende como la búsqueda de sentido y orientación existencial.
Puede dividirse en tres dimensiones principales.
La primera es la intrapersonal, que se relaciona con la coherencia y congruencia interna: el grado en que una persona se siente satisfecha con su trayectoria vital, sus logros y su desarrollo personal.
La segunda dimensión es la interpersonal, que evalúa la calidad de las conexiones humanas significativas, aquellas relaciones que han sido fundamentales en términos de amor, apoyo y experiencias compartidas.
Por último, está la dimensión transpersonal, que remite al sentimiento de formar parte de algo más amplio que uno mismo, una conexión con lo trascendente o con un propósito mayor que trasciende la existencia individual.
Este enfoque destacaría cómo la espiritualidad, concebida de manera amplia y práctica, puede ser una fuente esencial de bienestar psicológico y emocional.
Los pilares del sentido espiritual
El ser humano, por su propia naturaleza, tiende a buscar un estado mental de equilibrio, serenidad y armonía que le permita establecer una relación congruente consigo mismo y con su entorno.
Sin embargo, este estado ideal suele verse perturbado por una inquietud psicológica originada en dos necesidades fundamentales para su supervivencia y relación con el medio externo: la búsqueda de significado y la necesidad de seguridad.
La necesidad de significado
Desde una perspectiva psicológica y filosófica, la necesidad de significado refleja el impulso humano de comprender y otorgar sentido a la vida y al mundo que lo rodea.
Este afán se relaciona con el principio filosófico de razón suficiente, que establece que todo fenómeno tiene una explicación.
Así, el ser humano, impulsado por su curiosidad y deseo innato de conocimiento, utiliza facultades como la inteligencia, la memoria, la creatividad y la intuición para explorar las razones detrás de los eventos que observa.
Martin Seligman, dentro de su marco de la psicología positiva, destaca que virtudes como la sabiduría, la curiosidad y el pensamiento crítico son esenciales para alcanzar un bienestar pleno.
Para satisfacer esta necesidad, la mente opera bajo el esquema de causalidad, buscando causas que expliquen los fenómenos.
Sin embargo, la ausencia de información completa y verificable impide alcanzar certezas absolutas, generando teorías y narrativas que intentan llenar este vacío.
Este proceso de búsqueda, aunque frustrante, es esencial para el desarrollo cognitivo y emocional, ya que permite al individuo sostenerse en un mundo percibido como coherente y comprensible.
La necesidad de seguridad
Paralelamente, el ser humano experimenta una necesidad de seguridad que abarca tanto el control de sí mismo como el del entorno.
Sin embargo, la experiencia demuestra que dicho control es limitado: no es posible evitar enfermedades, el envejecimiento, las emociones negativas ni las catástrofes naturales.
Esta falta de control resalta la vulnerabilidad humana, generando temor y ansiedad.
Frente a esta incertidumbre, muchas personas recurren a una figura externa que les proporcione estabilidad, apoyo y confianza.
La observación de la organización del universo y la complejidad de la vida lleva a postular la existencia de una entidad superior que actúa como principio organizador: ya sea Dios, el cosmos, la naturaleza o una fuerza trascendental.
Esta inclinación psicológica puede interpretarse como una extensión del apego infantil descrito por John Bowlby.
Según su teoría, el apego es un mecanismo evolutivo orientado a garantizar la supervivencia mediante la búsqueda de protección frente a amenazas.
En la vida adulta, este patrón persiste, adaptándose a nuevas formas de peligro emocional o existencial, como enfermedades, separaciones o pérdidas laborales.
En tales contextos, una figura divina o trascendental puede cumplir la función de un apego seguro, proporcionando consuelo y alivio emocional.
El vínculo entre la necesidad de seguridad y la figura divina fue estudiado también por Sigmund Freud, quien identificó un proceso de regresión y sublimación en el que el individuo, enfrentado a su indefensión, recurre a la representación de un ser todopoderoso inspirado en la figura parental.
En este sentido, el apego infantil se transforma progresivamente en una dimensión psicológica y espiritual, donde lo trascendental ofrece una respuesta simbólica a la vulnerabilidad y el desamparo humano.
En conclusión, estas dos necesidades—significado y seguridad—son fundamentales para entender la relación entre psicología y espiritualidad.
Ambas subrayan cómo el ser humano, a través de su búsqueda de conocimiento y de conexión con lo trascendente, intenta resolver las tensiones inherentes a su existencia y encontrar equilibrio en un mundo repleto de incertidumbre.
La práctica de la espiritualidad
Un modelo adecuado para abordar la espiritualidad podría desarrollarse desde una perspectiva pragmática, entendiendo el pragmatismo como aquello que resulta funcional y produce los resultados esperados.
Este enfoque plantea la posibilidad de construir una "espiritualidad pragmática", concebida como un constructo psicológico con bases cognitivas y emocionales.
Este constructo se fundamentaría en creencias que posean un grado suficiente de certeza y credibilidad, permitiendo al individuo conectar con un “algo” que trasciende la realidad material cotidiana.
Este vínculo conferirá sentido, valor y resiliencia para afrontar los desafíos inherentes a la vida.
La propuesta de esta espiritualidad pragmática implica reconocer las limitaciones humanas frente al conocimiento de una verdad absoluta, aceptando la incertidumbre y aprendiendo a convivir con preguntas irresolubles.
En este marco, el desarrollo de la espiritualidad requiere adherirse a ciertos principios básicos que guían su configuración:
El papel de la ciencia en la búsqueda de la verdad: Aunque la ciencia no puede garantizar una verdad absoluta, es capaz de refutar proposiciones que se presentan como verdades desde ciertas instituciones o dogmas, ayudando a depurar las creencias inconsistentes.
Reconocer lo cognoscible: La falta de evidencia sobre un fenómeno no implica necesariamente su inexistencia.
Lo desconocido puede ser potencialmente cognoscible en el futuro, lo que amplía el horizonte de exploración hacia lo trascendental.
El uso de la intuición como herramienta complementaria: La intuición, entendida como una capacidad instintiva de discernir entre información creíble e inverosímil, puede actuar como un filtro preliminar en la selección de creencias.
A partir de estos principios, la espiritualidad puede construirse sobre un conjunto de creencias evaluadas mediante el “tamiz” de la ciencia.
Esto significa que las creencias aceptadas como parte de esta estructura deben ser contrastadas y consistentes con el conocimiento científico actual.
Sin embargo, dado que la ciencia se limita al análisis del mundo físico, esta dimensión debe complementarse con aportes inmateriales provenientes de disciplinas como la filosofía y la religión.
Estas contribuciones permitirían integrar un componente trascendental que señale hacia un “algo” superior que trascienda la materialidad.
Este "algo", aunque no pueda definirse en su totalidad, puede considerarse potencialmente existente (es cognoscible).
La aceptación de su existencia se basaría en una intuición fundamentada, siempre que su incorporación sea coherente con el marco racional construido por la ciencia.
En resumen, una espiritualidad pragmática combina la racionalidad científica, las reflexiones filosóficas y las interpretaciones religiosas en un sistema integrador, flexible y abierto, diseñado para otorgar al individuo un sentido existencial y recursos para enfrentar las incertidumbres y desafíos de la vida.
Bienvenido
El texto inicial refleja un profundo anhelo de unidad, trascendencia y aceptación de una realidad superior que trasciende lo individual.
Desde una perspectiva psicológica y filosófica, estas palabras pueden interpretarse como un llamado a abrazar la conexión con lo divino y lo colectivo, una experiencia que combina la dimensión emocional del asombro y la esperanza con una visión filosófica sobre la naturaleza de la existencia y el propósito humano.
La invitación, la bienvenida, y el ánimo a aceptar la gracia asombrosa que "se derrama" sugiere un reconocimiento de la existencia de algo mayor que el individuo, algo que está constantemente presente y disponible.
Desde un enfoque psicológico, este acto de apertura puede verse como una forma de autorregulación emocional y espiritual, en la que se cultiva la gratitud y la aceptación de la incertidumbre.
En psicología positiva, se reconoce que el acceso a estados emocionales como la gratitud y la reverencia fortalece la resiliencia y fomenta una percepción más esperanzadora de la vida, incluso en tiempos de adversidad.
La frase "Inshallah" (si Dios quiere) resalta una aceptación de la incertidumbre del futuro, una postura psicológica de soltar el control absoluto y confiar en una fuerza mayor.
Este tipo de rendición no implica pasividad, sino una alineación con lo inevitable, lo que alivia la carga de la ansiedad y permite al individuo vivir el presente con mayor serenidad.
El texto también enfatiza el llamado a no temer a la luz, que aquí simboliza lo trascendental, el conocimiento, o la verdad última.
Desde una perspectiva psicológica, este "temor" puede interpretarse como la resistencia natural que surge cuando el individuo enfrenta lo desconocido o lo vasto, algo que puede desafiar las nociones previas de identidad o seguridad.
Superar este temor requiere un acto de valentía y confianza, características esenciales en el desarrollo personal y espiritual.
Filosóficamente, la luz ha sido históricamente un símbolo de claridad, revelación y divinidad, desde las ideas platónicas de la iluminación intelectual hasta las tradiciones religiosas que la asocian con la presencia de lo sagrado.
Aceptar esta luz es un acto de trascendencia que implica no solo un acercamiento a lo divino, sino también la integración de una visión más amplia de la existencia en la que el individuo deja de percibirse como una entidad separada y aislada.
La idea de "nos movemos como uno" sugiere una integración total entre el yo y el todo, en la que las barreras del ego se disuelven para permitir la experiencia de pertenencia universal.
Desde una perspectiva psicológica, este estado puede ser entendido como el acceso a un nivel de conciencia superior, donde los valores de cooperación, amor y compasión se vuelven centrales.
Carl Jung describió experiencias similares como momentos de individuación, en los que el individuo integra todos los aspectos de su psique en un todo armónico, conectándose simultáneamente con el inconsciente colectivo.
Filosóficamente, esta noción de unidad resuena con ideas de las tradiciones espirituales que ven la individualidad como una manifestación del todo, no como una entidad separada.
En el taoísmo, por ejemplo, el flujo de la vida (el Tao) es inseparable de cada ser, y al rendirse a este flujo, el individuo experimenta la verdadera libertad y propósito.
En esencia, este texto nos invita a un viaje de aceptación, integración y trascendencia.
Psicológicamente, se trata de un proceso de apertura emocional que fortalece la resiliencia y conecta al individuo con un propósito más profundo.
Filosóficamente, es un llamado a reconocer la unidad esencial de todas las cosas y a confiar en la luz divina como guía hacia una existencia más plena.
Este mensaje de bienvenida a la luz y a la unidad destaca la importancia de superar el miedo, abrirse a la gracia y comprender que somos parte de algo inmensamente más grande, en el que nuestras acciones y nuestra esencia se mueven como uno solo.