Por: Omar Milizia Aguilar, Psicología Fortaleza. | 1/05/2024
"El sonido de la lluvia
en las hojas
es como un susurro,
Pero aún lo es más el sonido de las lágrimas
al caer sobre mis ropas,
El pino espera paciente, perenne
ante el invierno,
Y si mis palabras tuvieran
el efecto
de las flores y las hojas al desprenderse,
Qué belleza
sería mi poesía."
¿Qué es la aceptación en psicología?
La noción de aceptación, ampliamente utilizada en la psicología, se presenta como un pilar fundamental en el desarrollo humano y el entendimiento de la realidad.
Esta capacidad trasciende la mera tolerancia para adentrarse en un complejo proceso de adaptación, donde la persona reconoce y asimila aquellos aspectos de su entorno que escapan a su control y que deben ser aceptados tal y como son.
Desde una perspectiva filosófica, la aceptación se convierte en un viaje introspectivo hacia la comprensión de la naturaleza del ser y su relación con el mundo circundante.
Es un ejercicio de humildad ante las fuerzas inmutables que rigen el devenir de la existencia, una invitación a rendirse ante la realidad, sin caer en la resignación.
Este proceso de aceptación no solo conlleva una mejora en la capacidad de enfrentar pérdidas y fracasos, sino que también abre la puerta hacia un mayor bienestar emocional y un crecimiento personal.
Al abrazar la aceptación, nos transformamos en seres más resilientes, capaces de regular nuestras emociones y enfrentar los desafíos de la vida con serenidad y claridad de juicio.
En el telar de la experiencia humana, la aceptación se teje como una estrategia emocional de suma efectividad.
Frente a situaciones adversas como la pérdida de un ser querido o el fin de una relación, la activación de este proceso de adaptación se revela como un bálsamo para mantener la estabilidad emocional.
Es crucial entender que aceptar una situación no implica una actitud de resignación pasiva o conformismo.
Por el contrario, desde la aceptación se despliega una postura activa y consciente, donde el individuo se encuentra abierto a explorar nuevas posibilidades y perspectivas para alcanzar un mayor bienestar emocional, actuando en base a los valores que le definen como persona.
La resignación, en contraste, se presenta como una rendición ante las circunstancias, una renuncia a la acción que solo puede desembocar en mayor frustración y descontento. Es el desistimiento ante la búsqueda de alternativas y la aceptación ciega de un destino percibido como inmutable.
En última instancia, la aceptación implica un equilibrio entre soltar el control sobre aquello que no podemos cambiar y la búsqueda activa de nuevas sendas que conduzcan hacia la realización personal.
Es un acto de madurez y sabiduría que nos invita a abrazar la complejidad del universo, sin juzgar ni resistir, sino más bien fluyendo con la corriente de la vida hacia horizontes de mayor plenitud y autenticidad.
¿Cúal es la relación entre la aceptación y los valores personales?
Los valores se erigen como los pilares fundamentales que guían el rumbo de nuestra existencia, delineando las sendas por las cuales transitamos en la travesía de la vida.
Actúan como faros que iluminan nuestro camino, orientándonos hacia aquello que consideramos esencial y significativo en nuestro devenir.
Imaginemos la vida como un viaje en el que nos encaminamos hacia el norte.
Este norte no es un destino estático, como un hito en el kilómetro 439 de una carretera, sino más bien una dirección hacia la cual nos dirigimos constantemente.
Así como el navegante ajusta su curso según los vientos y las corrientes, nosotros también adaptamos nuestras acciones y decisiones en función de nuestros valores.
Nos enriquecemos de diversas facetas de la vida, y cada una de ellas puede estar imbuida de valores que nos guían y nutren.
Nuestra vida familiar puede estar impregnada de valores como protección, amor y atención, mientras que en el ámbito profesional priman la disciplina, la ambición y la perseverancia.
Es crucial reflexionar sobre cómo estamos cultivando estas áreas vitales y si les estamos dedicando el tiempo y la energía necesarios para honrar su importancia en nuestra existencia.
¿Estamos realmente viviendo de acuerdo con nuestros valores más profundos? ¿Estamos priorizando aquello que consideramos verdaderamente valioso en nuestra vida?
Estas interrogantes nos invitan a una profunda introspección, a explorar el alineamiento entre nuestros valores y nuestras acciones cotidianas.
Solo así podemos construir una vida auténtica y plena, donde cada paso dado esté impregnado de significado y coherencia con aquello que consideramos fundamental en nuestra búsqueda de realización y felicidad.
Diferencias entre valores y metas
Las metas, esos hitos que delimitan nuestros trayectos en la travesía de la vida, se plasman en fechas concretas, en logros alcanzados y en métodos meticulosamente trazados.
Son como destellos luminosos en el horizonte, marcando tanto un principio como un fin definido.
Por ejemplo, podemos tener el valor de la abundancia como una brújula que nos orienta en nuestro devenir.
Cuando hablamos de la búsqueda de la abundancia, nos referimos a la exploración de múltiples posibilidades y la apertura a una plenitud general en diversos aspectos de nuestra existencia.
Esta búsqueda se traduce en metas tangibles: puede ser alcanzar cierta cantidad de ingresos en un determinado lapso, adquirir un bien específico en un período de tiempo definido, o incluso establecer y hacer crecer un número determinado de empresas.
Es importante destacar que estas metas y aspiraciones son altamente personales, fluctuantes y se moldean según las circunstancias y etapas de la vida de cada persona.
En este contexto, la sinceridad y la autenticidad se convierten en guías imprescindibles.
Si no somos honestos con nosotros mismos respecto a lo que realmente anhelamos y valoramos en nuestra existencia, corremos el riesgo de perder el rumbo.
Si nos dejamos llevar por lo que socialmente se considera correcto en lugar de perseguir nuestras verdaderas pasiones y aspiraciones, nos exponemos a desviarnos de nuestro camino cuando nos enfrentamos a desafíos y adversidades.
Es esencial, por tanto, cultivar una profunda conexión con nuestros valores y deseos más genuinos, para que en cada paso que demos en el viaje de la vida, podamos mantenernos fieles a nosotros mismos y a nuestras aspiraciones más auténticas.
Solo así podremos construir un camino lleno de significado y coherencia, donde cada meta alcanzada sea un paso más hacia la plenitud y la realización personal.
¿Estoy actuando en contra de mis valores?
Cuando nuestra acción no está alineada con nuestros valores más profundos, surgen conflictos internos que nos llevan a experimentar un profundo malestar.
Nos encontramos ante la encrucijada de elegir entre enfrentar ese malestar y actuar de acuerdo con nuestros valores, o ceder ante él y renunciar a lo que realmente anhelamos.
En estas situaciones, es común caer en la trampa de la evitación.
Evitamos enfrentar aquellas situaciones que sabemos son cruciales para nuestro crecimiento personal o profesional, porque nos generan incomodidad, miedo o ansiedad.
Sin embargo, al hacerlo, corremos el riesgo de perder oportunidades valiosas, conexiones significativas o logros importantes en nuestra vida.
La vida a menudo nos confronta con dilemas donde nuestros valores entran en conflicto.
Por ejemplo, podríamos valorar tanto la pasión como la fidelidad en nuestras relaciones sentimentales, y encontrarnos en la disyuntiva de elegir entre ambas.
En esos momentos, es crucial volver a nuestros valores más profundos y reflexionar sobre qué es lo que realmente nos guía y nos define como personas.
La verdadera prueba de integridad y autenticidad radica en nuestra capacidad para enfrentar esos conflictos internos y tomar decisiones que estén en armonía con nuestros valores más profundos, incluso si implican enfrentar momentos de malestar o incertidumbre.
Solo así podremos construir una vida que nos llene de orgullo y satisfacción a largo plazo, donde nuestras acciones reflejen fielmente quiénes somos y qué valores defendemos.
La acción comprometida con los valores
Imagina por un momento que estás en un escenario donde nadie más te está observando, donde ninguna mirada ajena se posa sobre tus acciones, y donde no existen repercusiones sociales o expectativas externas que condicionen tu comportamiento.
En ese momento de privacidad absoluta, ¿cómo te comportarías? ¿Actuarías de acuerdo con tus valores más profundos y auténticos?
Este ejercicio de reflexión nos invita a explorar la verdadera naturaleza de nuestros valores y a sopesar su importancia en nuestras vidas.
Si en esa situación hipotética actuamos de acuerdo con esos valores, es una señal reveladora de que realmente son fundamentales para nosotros.
Sin embargo, si nuestras acciones no reflejan esos valores en la ausencia de miradas ajenas, es probable que estemos guiados por motivaciones superficiales o por presiones sociales, y no por convicciones genuinas.
Es crucial, por tanto, ser honestos con nosotros mismos en la elección de nuestros valores.
No debemos dejarnos influenciar por lo que se espera de nosotros desde afuera, ni por normas sociales preestablecidas.
La autenticidad radica en identificar esos valores que nos guiarían incluso en la soledad más absoluta, más allá de cualquier influencia externa o convención social.
Los valores, lejos de ser estáticos, son dinámicos y se nutren constantemente de nuestras experiencias diarias.
Cada día, cada situación, cada interacción nos brinda la oportunidad de reafirmar o reconsiderar nuestros valores, de ajustar nuestro rumbo y de extraer nuevas conclusiones sobre lo que realmente nos impulsa.
Cuando encontramos un valor que nos motiva con la fuerza de un torpedo, nos dirigimos inexorablemente hacia donde deseamos estar.
Es un faro que ilumina nuestro camino incluso en las noches más oscuras, guiándonos hacia nuestras metas y aspiraciones más genuinas.
En su luz, nos comprometemos con la autenticidad y la integridad, eligiendo siempre el camino que nos lleve hacia una vida plena y significativa, más allá de lo que resulte popular, atractivo o conveniente en el momento.
El sonido de la lluvia
Este poema nos sumerge en un mundo de sensaciones y metáforas, donde el sonido de la lluvia y el susurro de las hojas se entrelazan con la experiencia íntima y emocional del autor.
A través de estas imágenes poéticas, se nos invita a reflexionar sobre la naturaleza efímera de la belleza y la trascendencia del arte en medio de la adversidad.
El sonido de la lluvia al caer sobre las hojas nos transporta a un estado de serenidad y contemplación, donde la naturaleza revela su eterna sabiduría y su capacidad para renovarse ante las estaciones cambiantes de la vida.
Sin embargo, este tranquilo escenario se ve interrumpido por el sonido de las lágrimas que caen sobre las ropas del autor, evocando un sentimiento de melancolía y vulnerabilidad.
La imagen del pino, paciente y perenne ante el invierno, nos recuerda la importancia de la resiliencia y la fortaleza en medio de las adversidades.
A pesar de las tormentas y los desafíos, el pino permanece firme y enraizado en su lugar, simbolizando la capacidad del ser humano para enfrentar los momentos difíciles con determinación y esperanza.
La comparación entre las palabras del autor y el efecto de las flores y las hojas al desprenderse nos invita a reflexionar sobre el poder transformador del arte y la poesía.
Así como las flores y las hojas embellecen el paisaje al caer al suelo, las palabras del autor tienen el potencial de enriquecer nuestras vidas y despertar emociones profundas en nuestros corazones.
En última instancia, este poema nos lleva a contemplar la belleza efímera de la vida y la importancia de encontrar sentido y significado en medio de la fugacidad del tiempo.
A través de la poesía, el autor nos ofrece un refugio de belleza y esperanza en un mundo marcado por la incertidumbre y la transitoriedad.