Por: Omar Milizia Aguilar, Psicología Fortaleza. | 25/08/2024
Un hombre caminaba por la calle en medio de una gran ciudad cuando se encontró con una obra en construcción.
Excavadoras y máquinas de movimiento de tierras estaban trabajando intensamente en el lugar.
La gente trabajaba arduamente.
El hombre se acercó a tres trabajadores en una zanja y le preguntó al primero,
-"¿Qué estás haciendo?" - "Estoy cavando una zanja", respondió el primer hombre.
Nuestro protagonista le preguntó al segundo, - "¿Qué estás haciendo?"
-"Estamos cavando una zanja para la tubería de agua de ese edificio que se está construyendo allí", dijo el segundo hombre.
Finalmente, nuestro protagonista le preguntó al tercer hombre, - "¿Qué estás haciendo?"
El hombre levantó la vista y respondió,
-"Estamos construyendo una catedral. Será una gran y hermosa catedral con cinco altos campanarios y bellas vidrieras. Tendrá capacidad para 500 personas... Será la iglesia más hermosa de esta ciudad. Eso es lo que estamos haciendo."
El hombre, al escuchar la respuesta del tercer trabajador, quedó profundamente impresionado.
Mientras continuaba su camino, reflexionó sobre lo que había presenciado.
Tres hombres, realizando la misma tarea, tenían visiones completamente diferentes de su labor.
Uno veía su trabajo como una simple tarea diaria, otro como una parte de un proyecto específico, y el tercero lo veía como una contribución a algo mucho más grande y significativo.
Con una sonrisa, el hombre siguió su camino, sabiendo que esa catedral, aún invisible, ya comenzaba a elevarse en su propio corazón.
El sentido y el propósito en la vida
El concepto del "sentido de la vida" ha sido objeto de reflexión y análisis durante siglos, abarcando no solo dimensiones filosóficas y morales, sino también psicológicas y biológicas.
Desde una perspectiva científica, el propósito de la vida puede entenderse como la búsqueda de un sentido que otorgue coherencia y dirección a nuestras acciones y decisiones.
Esta búsqueda no es meramente un constructo cultural o filosófico, sino que se relaciona profundamente con la naturaleza humana y su capacidad para encontrar significado en las experiencias y desafíos cotidianos.
El sentido de la vida se puede entender como un proceso, un camino que funcione como una brújula psicológica y emocional.
Esta brújula nos guía hacia comportamientos que no solo promuevan nuestro bienestar individual, sino que también fomenten la cohesión social y el desarrollo de la especie.
Es a través de la asunción de responsabilidades, tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás, que podemos alcanzar un estado de bienestar duradero y constructivo.
La neurociencia ha demostrado que tener un propósito claro activa circuitos cerebrales relacionados con la recompensa y la motivación, lo que a su vez fortalece nuestra capacidad para superar obstáculos y enfrentar situaciones adversas.
La idea de que "teniendo claro un ‘por qué’ podremos hacer frente a todos los ‘cómo’" encuentra eco en diversas teorías psicológicas y filosóficas, como la logoterapia de Viktor Frankl.
Según esta perspectiva, el ser humano puede soportar casi cualquier sufrimiento si tiene un propósito que lo trascienda.
En otras palabras, es la claridad en el propósito lo que nos da la fortaleza mental y emocional para enfrentar los desafíos de la vida.
Esta claridad no solo facilita la adaptación a circunstancias cambiantes, sino que también promueve un sentido de libertad interior y seguridad en nuestras decisiones, elementos clave para la resiliencia y el crecimiento personal.
Desde una perspectiva evolutiva, la búsqueda de un propósito en la vida puede interpretarse como un mecanismo adaptativo.
Los seres humanos, como seres sociales, han evolucionado para encontrar sentido y pertenencia dentro de un grupo, y esta búsqueda de sentido a menudo se manifiesta en la contribución a la comunidad o en la generación de cambios que beneficien a otros.
Esta capacidad para identificar y perseguir un propósito puede haber sido crucial para la supervivencia de nuestra especie, ya que fomenta la cooperación y la cohesión social, dos elementos fundamentales en la evolución humana.
La dificultad para definir el sentido de la vida radica en su naturaleza subjetiva y multifacética.
Cada persona, a lo largo de su vida, pasa por distintas etapas y experiencias que moldean su percepción del mundo y de sí misma.
Esto implica que el sentido de la vida no es una constante universal, sino un constructo dinámico que puede variar en función de nuestras circunstancias, desarrollo personal y entorno sociocultural.
Lo que en un momento dado puede parecer un propósito central en nuestra vida, podría evolucionar con el tiempo, adaptándose a nuevas realidades y desafíos.
Además, la ciencia sugiere que el sentido de la vida no es un concepto unívoco o estático, sino un proceso de descubrimiento continuo.
A medida que avanzamos en nuestro desarrollo personal y profesional, nuestro propósito puede transformarse, reflejando nuestros cambios internos y las nuevas oportunidades que encontramos en nuestro camino.
Este proceso de autodescubrimiento y redefinición del propósito vital es esencial para mantener un equilibrio psicológico y emocional, ya que nos permite adaptarnos a los cambios y encontrar nuevas fuentes de motivación y satisfacción.
En última instancia, lo crucial es que cada propósito que elijamos persiga un sentido de realización y motivación que nos impulse a seguir adelante, incluso en los momentos más difíciles.
Este sentido de propósito, fundamentado en la autorreflexión y en la conexión con nuestros valores y aspiraciones más profundas, es lo que nos proporciona la energía necesaria para levantarnos cada día y luchar por aquello que realmente deseamos.
La pérdida del sentido
Existen una serie de indicios que pueden sugerir que estás atravesando una etapa en la que te resulta difícil encontrar un propósito o sentido en tu vida.
Estos signos pueden manifestarse de manera sutil o, en ocasiones, de forma más evidente, y suelen estar relacionados con una profunda insatisfacción personal.
A veces, podrías encontrarte preguntándote "¿cuál es el sentido de todo esto?", mientras que en otras ocasiones, estos sentimientos pueden emerger de manera más encubierta, afectando tu bienestar general sin que seas completamente consciente de ello.
Entre las señales más comunes, es posible que experimentes una sensación de que nada de lo que haces tiene una importancia especial.
Esto puede manifestarse como una apatía generalizada, en la que sientes que tus acciones y decisiones carecen de significado, como si fueran solo una serie de movimientos automáticos sin un objetivo claro.
Esta percepción de inutilidad puede llevarte a un estado de indiferencia respecto al desenlace de los eventos que te rodean, lo que a su vez puede generar una desconexión emocional con las actividades que antes solían traerte alegría o satisfacción.
Otra manifestación de esta lucha interna es la sensación de vacío que pueden adquirir las cosas que antes disfrutabas.
Actividades, pasatiempos o relaciones que solían llenarte de energía y felicidad pueden ahora parecer huecas, desprovistas de esa chispa que antes te motivaba.
Esta desconexión puede estar acompañada de una creciente desesperanza, un sentimiento que perfunde y que te hace pensar que el esfuerzo que inviertes en tus metas y aspiraciones es en vano, y que, por mucho que lo intentes, no lograrás alcanzar lo que deseas en la vida.
Las causas de estos sentimientos pueden ser variadas y multifactoriales, y suelen estar relacionadas con diferentes aspectos de tu vida.
Por ejemplo, podrías estar enfrentando un periodo especialmente estresante o difícil, ya sea en el trabajo, en tus estudios o en tu vida personal, lo que te lleva a cuestionar el sentido y el propósito de todo lo que haces.
Este cuestionamiento puede surgir como resultado de una crisis existencial, donde las incertidumbres y las presiones externas erosionan tu sentido de dirección y propósito.
Recuperando el propósito vital
En ocasiones, la vida parece injusta.
Nos esforzamos al máximo, dedicando tiempo, energía, emociones, y hasta una parte de nuestro corazón a un objetivo, solo para enfrentarnos a un resultado desfavorable, como si el destino jugara con nosotros.
Ante estos reveses, es completamente natural sentirse abatido.
Sin embargo, cuando nos encontramos en esta situación, se nos presentan dos caminos posibles.
El primer camino es aceptar que no tenemos control sobre lo que nos sucede, viéndonos como prisioneros de las circunstancias, sin posibilidad de intervención. Esta opción implica resignarse y ceder a la idea de que nada de lo que hagamos cambiará nuestra situación.
La segunda opción, más recomendable desde una perspectiva psicológica, es reconocer que aunque no podemos cambiar lo que ya ha ocurrido, sí tenemos el poder de modificar nuestra actitud hacia esas circunstancias.
En psicología, este enfoque está relacionado con la resiliencia, que es la capacidad de adaptarse y recuperarse frente a la adversidad.
Al adoptar una actitud resiliente, más fuerte y positiva, podemos encontrar un nuevo sentido en la vida, uno que nos permita mantener la esperanza y buscar un propósito más elevado.
Desde una perspectiva científica, especialmente en psicología, se entiende que el sentido de la vida no es algo que se pueda definir o encontrar en el mundo exterior.
Es una experiencia profundamente subjetiva, algo que se siente internamente.
Ni los libros, ni las enseñanzas externas, ni siquiera las opiniones de nuestros seres queridos pueden determinar nuestro propósito en la vida.
En realidad, nuestras necesidades, pasiones y objetivos existen dentro de nosotros y, lo que es más importante, evolucionan con el tiempo a medida que crecemos y maduramos.
Este proceso de cambio continuo está relacionado con la teoría del desarrollo personal, que sugiere que a medida que adquirimos nuevas experiencias y conocimientos, nuestras metas y propósitos también evolucionan.
Así, es crucial que asumamos nuestra propia libertad y responsabilidad para definir nuestras metas, incluso en las circunstancias más difíciles.
Tener claridad sobre nuestro «por qué», es decir, sobre el propósito que nos motiva, nos permite enfrentar cualquier «cómo», cualquier desafío o adversidad que se presente.
Desde el campo de la psicología positiva, se ha demostrado que tener un sentido claro de propósito está vinculado a una mayor resiliencia, bienestar emocional y satisfacción en la vida.
Sentirnos libres y seguros de nuestros objetivos nos capacita para generar cambios significativos, permitiéndonos crear una realidad más noble y significativa.
La clave radica en nuestra actitud y en la capacidad de definir y perseguir un propósito que resuene con nuestro verdadero yo.
La catedral
La historia de la catedral nos ofrece una poderosa metáfora sobre el sentido de la vida y el propósito que cada uno de nosotros le otorga a nuestras acciones diarias.
Este relato subraya cómo la percepción y la actitud hacia lo que hacemos pueden transformar una simple tarea en una misión llena de significado y trascendencia.
El primer trabajador, al responder que simplemente estaba cavando una zanja, refleja una visión limitada y mecánica de su labor.
Para él, su trabajo no es más que una actividad repetitiva y carente de un propósito más allá de cumplir con una obligación.
Este hombre representa a quienes viven la vida de manera rutinaria, sin cuestionarse el porqué de sus acciones, y sin una conexión emocional o intelectual con lo que están haciendo.
Su enfoque es inmediato, limitado al presente, sin considerar el impacto a largo plazo o la contribución que su labor podría tener en un contexto más amplio.
El segundo trabajador, en cambio, tiene una visión más amplia que el primero.
Él entiende que está participando en un proyecto mayor, al cavar la zanja para una tubería de agua que es parte esencial del edificio que se está construyendo.
Aunque su visión sigue siendo funcional y enfocada en la tarea específica, es capaz de reconocer que su trabajo es una pieza en el engranaje de un proyecto más grande.
Este hombre simboliza a las personas que comprenden su papel dentro de un contexto más amplio, que ven sus esfuerzos como parte de un conjunto, pero que todavía no perciben plenamente la dimensión trascendental de su contribución.
Finalmente, la respuesta del tercer trabajador es la que verdaderamente resuena en el corazón del hombre que lo escucha.
Este trabajador no solo está consciente del proyecto al que está contribuyendo, sino que además lo ve como algo grandioso y significativo.
Él no está simplemente cavando una zanja ni instalando una tubería; está construyendo una catedral.
Su visión va más allá de la tarea inmediata y lo lleva a imaginar la majestuosidad y la belleza del edificio terminado, con todos sus detalles y su propósito espiritual.
Este tercer trabajador personifica a aquellos que encuentran un propósito profundo en lo que hacen, aquellos que comprenden que cada acción, por pequeña que sea, contribuye a la construcción de algo mucho más grande y significativo.
La reflexión que surge de esta historia nos invita a cuestionarnos cómo percibimos nuestras propias vidas y nuestras labores cotidianas.
En la vida, todos enfrentamos tareas que pueden parecer triviales o monótonas, pero lo que realmente marca la diferencia es la perspectiva desde la cual abordamos estas tareas.
¿Estamos simplemente cumpliendo con una obligación diaria? ¿Somos conscientes de cómo nuestras acciones encajan en un plan mayor?
¿O somos capaces de ver y sentir que estamos contribuyendo a algo que trasciende nuestro propio esfuerzo individual, algo que podría perdurar más allá de nuestra propia existencia?
La verdadera transformación ocurre cuando logramos alinear nuestras acciones con un propósito más elevado, cuando entendemos que lo que hacemos, por pequeño que parezca, es parte de una obra más grande.
Esta alineación es lo que infunde de significado nuestras vidas y nos permite sentir que estamos construyendo nuestra propia "catedral", ya sea en el ámbito personal, profesional o espiritual.
Además, esta historia nos recuerda que la grandeza de un proyecto no reside únicamente en el resultado final, sino también en la visión y el significado que le damos durante el proceso de construcción.
Así como el tercer trabajador pudo visualizar la catedral en todo su esplendor antes de que siquiera existiera físicamente, nosotros también podemos darle vida y significado a nuestras acciones diarias al concebirlas como parte de un propósito más amplio y trascendental.
Por lo tanto, el desafío que nos plantea esta historia es aprender a ver más allá de la superficie, a encontrar el significado en nuestras actividades diarias, y a comprender que, en última instancia, todos estamos construyendo algo en nuestras vidas, ya sea una catedral, una comunidad, o nuestro propio sentido del ser.
La catedral que construimos en nuestro corazón comienza con la manera en que interpretamos y nos relacionamos con el mundo que nos rodea.
A medida que caminamos por la vida, podemos elegir ser como el primer trabajador, viendo nuestras acciones como simples tareas, o podemos ser como el tercer trabajador, quienes construyen con cada acción una catedral, llena de propósito y significado.
Así, al final del camino, sabremos que no solo hemos vivido, sino que hemos contribuido a algo verdaderamente significativo y duradero, que trasciende nuestra propia existencia.