Por: Omar Milizia Aguilar, Psicología Fortaleza. | 23/04/2024
— ¡Buenos días! —dijo el Principito.
— ¡Buenos días! —respondió el Comerciante.
Se trataba de un comerciante de píldoras perfeccionadas que quitan la sed.
Se toma una por semana y ya no se sienten ganas de beber.
— ¿Por qué vendes eso? —preguntó el Principito.
— Porque con esto se economiza mucho tiempo. Según el cálculo hecho por los expertos, se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
— ¿Y qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?
— Lo que cada uno quiera...
"Si yo dispusiera de cincuenta y tres minutos para gastarlos en lo que quisiera —pensó el Principito— caminaría tranquilamente hacia una fuente..."
La psicología del ciclo vital
Desde una óptica filosófica, el desarrollo se vislumbra como un proceso continuo que se despliega desde el momento en que el cambio se inicia hasta el instante de la muerte.
Esta afirmación contrapone frecuentemente la concepción tradicional asociada al crecimiento biológico, que presupone un estado de madurez y un punto culminante en el proceso evolutivo.
El cambio posterior a la madurez se percibe como un declive o envejecimiento, más que como desarrollo. En este contexto, se establece una distinción conceptual entre desarrollo y envejecimiento.
La psicología del ciclo vital no presupone la existencia de estados específicos de madurez. Por ende, el desarrollo se contempla como un flujo continuo que atraviesa toda la existencia.
Las diferencias entre personas se intensifican con el transcurso del tiempo.
Al analizar las trayectorias del desarrollo, se evidencia que las discrepancias entre personas de igual edad no permanecen constantes a lo largo de la vida, sino que aumentan con los años, incluso después de la adolescencia.
Si estas diferencias se mantuvieran estables al concluir la adolescencia, podría argumentarse que el desarrollo culmina en esa etapa.
Sin embargo, dado que las disparidades continúan incrementándose, resulta lógico concluir que el desarrollo persiste.
Por consiguiente, la labor de la psicología radica en identificar la naturaleza y la dirección de los cambios vitales conforme estos surgen en distintos momentos del ciclo vital, así como en establecer la estructura de su secuencia e interconexiones temporales.
¿Qué aspectos influyen en el desarrollo vital?
El aporte más significativo de este enfoque para entender el desarrollo radica en su modelo multicausal, que reconoce la influencia de diversos factores en este proceso.
En primer lugar, tenemos las influencias normativas relacionadas con la edad.
Estas son determinadas tanto por factores biológicos como ambientales que están estrechamente vinculados con la edad cronológica.
Se consideran normativas porque su ocurrencia y duración son similares para la mayoría de las personas.
Ejemplos de estas influencias incluyen los hitos del desarrollo biológico, como la pubertad o el estirón de crecimiento, así como eventos sociales como la paternidad.
Luego, encontramos las influencias normativas relacionadas con la historia.
Estas comprenden procesos biológicos y ambientales que se manifiestan en un momento histórico particular y afectan a la mayoría de los miembros de una cohorte (grupo de personas nacidas en el mismo año o momento temporal).
Ejemplos de estos eventos podrían ser sucesos históricos significativos (como epidemias, guerras, períodos de prosperidad o depresión económica) y cambios socioculturales (como transformaciones en los roles de género, el sistema educativo o las prácticas de crianza).
Estas influencias se reflejan en los efectos generacionales que experimentan las personas de una misma época.
Por último, debemos considerar las influencias no normativas, que no están vinculadas directamente con el tiempo y no afectan a todas las personas, ni siquiera a la mayoría.
Estos eventos, como accidentes, enfermedades, pérdida de seres queridos, separaciones o divorcios, pueden tener un impacto significativo en el desarrollo individual.
En conjunto, este enfoque reconoce la complejidad del desarrollo humano al considerar una variedad de factores que interactúan de manera dinámica a lo largo del tiempo y que moldean la trayectoria de vida de cada individuo de manera única.
La vejez y la filosofía
La vejez, en condiciones usuales y si no se presenta la muerte prematuramente, se erige como un destino inevitable que no perdona a nadie, pues actúa como preludio inexorable hacia el final de la existencia.
Este estado ha sido objeto de profunda reflexión en el ámbito filosófico, dando lugar a dos posturas contrapuestas que merecen especial atención: la visión optimista, representada por el filósofo romano Marco Tulio Cicerón, y la perspectiva pesimista, encarnada por el fallecido pensador italiano Norberto Bobbio.
Cicerón
Cicerón aborda la cuestión de la vejez desde una perspectiva que identifica cuatro aspectos que podrían parecer desfavorables: la retirada de la vida laboral activa, las dolencias físicas, la ausencia de placeres pasados y la proximidad a la muerte misma.
Sin embargo, para resaltar el lado más optimista de la vejez, se sumerge en la filosofía y en la única guía que puede arrojar luz sobre la vida: la propia naturaleza.
Su postura se arraiga en el estoicismo y en la filosofía platónica, la cual introdujo en Roma, una sociedad que carecía de la visión metafísica de los griegos, pero que poseía una gran capacidad práctica.
Cicerón habla desde un contexto cultural donde la vejez es valorada y respetada, lo que hace comprensible su refutación de las cuatro causas antes mencionadas.
Para ello, propone seguir un consejo fundamental: "Las armas más apreciadas por la ancianidad son las habilidades artísticas y las virtudes ejercidas; estas, cuando son cultivadas a lo largo de toda la vida, producen frutos admirables tras una existencia larga y plena...
...no solo porque permanecen contigo incluso en la vejez extrema, sino también porque la conciencia de una vida bien vivida y el recuerdo de numerosas buenas acciones son sumamente gratificantes".
La vida profesional
En primer lugar, es importante destacar que la vejez no necesariamente implica un retiro absoluto de la vida profesional.
De hecho, existen numerosas ocupaciones que pueden ser desempeñadas durante la ancianidad, y aquellos que han cultivado una vida intelectual activa pueden seguir ejerciendo su ingenio hasta avanzada edad.
Cuando un anciano ha alcanzado la sabiduría, suele ser valorado y respetado en la sociedad, donde su experiencia y conocimiento son considerados de gran utilidad.
En la vejez, aquellos que han cultivado la prudencia suelen ser consultados por todos, ya que, aunque pueden no realizar las tareas con la misma energía que en su juventud, poseen habilidad, autoridad y juicio para enfrentar los desafíos de manera eficaz.
Además, si han cultivado su intelecto, pueden encontrar en la vejez una oportunidad para disfrutar de placeres intelectuales que sustituyen a los placeres más físicos.
Basta con mantener el interés y seguir cultivando el ingenio, lo cual es aplicable a cualquier individuo, independientemente de su ocupación anterior, incluso a aquellos que han trabajado en el campo.
De hecho, siempre es posible aprender algo nuevo, como lo demostró Cicerón mismo cuando empezó a estudiar griego en su edad avanzada.
Por lo tanto, la vejez se enfrenta mejor fortaleciendo el carácter, es decir, adoptando una ética específica, un "ethos".
La fortaleza física y la salud
En segundo lugar, en lo que respecta a la disminución de la fortaleza física asociada a la vejez, Cicerón sugiere una estrategia basada en el principio de actuar en consonancia con las propias capacidades: "Realiza todo de acuerdo con tus fuerzas".
Además, señala que el ejercicio físico moderado y la moderación en general pueden preservar, incluso en la vejez, parte de la vitalidad original.
Es esencial considerar siempre el estado de salud y consumir alimentos y bebidas en cantidades adecuadas para reponer las energías, en lugar de agotarlas.
También es fundamental cuidar también la salud mental, ya que mientras los cuerpos pueden fatigarse con el ejercicio prolongado, la mente puede fortalecerse.
El ejercicio físico y mental, junto con una alimentación equilibrada, son herramientas clave en la lucha contra los males corporales.
En este sentido, Cicerón promueve una autoreflexión sobre las limitaciones y capacidades del cuerpo.
En la vejez, donde la debilidad muscular es inevitable, se aconseja actuar con moderación, ajustando la actividad física al nivel de energía disponible. Es decir, no se debe aspirar a mantener el mismo nivel de actividad atlética o agilidad que se tenía en la juventud.
El consejo principal es que cada individuo se esfuerce dentro de sus propias posibilidades.
La renuncia a los placeres
En cuanto a la renuncia a los placeres, el eminente jurista y orador romano aborda este tema desde una perspectiva positiva, ya que considera que el placer puede ser perjudicial para la juventud y las capacidades humanas.
En sus palabras, "el placer obstruye el juicio, es adversario de la razón, nubla la percepción del entendimiento y no tiene afinidad con la virtud".
Utiliza su propia experiencia como ejemplo al expresar su gratitud hacia la vejez, que ha aumentado su interés por las conversaciones mientras ha disminuido su apetito por la comida y la bebida.
De hecho, en la vejez se disfruta de la compañía de uno mismo y de la oportunidad de compartir conocimientos con jóvenes con ganas de aprender.
Además, se experimenta la satisfacción del prestigio ganado a lo largo de la vida, una recompensa que nadie puede arrebatar. Por lo tanto, el mayor placer reside en el ámbito intelectual.
En la vejez, los placeres materiales tienden a perder importancia o, más precisamente, son reemplazados por otros de naturaleza diferente.
La proximidad de la muerte
En lo referente a la proximidad de la muerte, el anciano, a diferencia del joven, tiene plena conciencia de que su tiempo en este mundo no será largo.
Por lo tanto, renuncia a esa "esperanza insensata" de una vida prolongada.
Además, en la vejez, todo tiende a volverse más tranquilo día a día.
La vejez es inevitable y el tiempo transcurre implacablemente, sin posibilidad de retorno.
Por lo tanto, cada persona debe conformarse con la porción de tiempo que le ha sido otorgada para vivir. Lo importante en esta etapa es cosechar los frutos de lo sembrado a lo largo de la vida.
Aunque la vida pueda parecer breve en la vejez, dado que el pasado se amplía y el horizonte de expectativas se reduce, no se debe desear con avidez el tiempo restante ni despreciarlo sin motivo.
Tampoco tiene sentido obsesionarse con la muerte ni aferrarse a los bienes materiales. En última instancia, Cicerón aboga por aceptar la vida vivida y la muerte que inevitablemente llegará.
Cicerón se muestra tan firme en su postura respecto a la muerte que llega a afirmar, al final de su vida tan exitosa y agradecida, que rechazaría rotundamente la posibilidad de volver a ser niño desde su edad actual y volver a empezar desde una cuna.
Este rechazo refleja su profundo optimismo ante la vejez, el cual se ve fortalecido por su creencia en la inmortalidad del alma, una idea compartida con Platón.
Esta convicción le permite afrontar el gran misterio de la muerte sin sentir temor alguno, considerándola más bien como un "gran sueño".
Curiosamente, aproximadamente un año después de escribir su obra "De Senectute" en el año 44 a.C., este eminente jurista, orador y filósofo romano, conocido por su defensa de la República, fue asesinado.
Su vida y su muerte son un testimonio vívido de las complejas reflexiones filosóficas que le guiaron a lo largo de su existencia.
El paso del tiempo
Este pasaje del Principito nos invita a reflexionar sobre el valor del tiempo y la manera en que lo utilizamos en nuestras vidas.
El comerciante de píldoras perfeccionadas representa una mentalidad utilitarista que busca maximizar la eficiencia y la productividad, incluso a expensas de las experiencias genuinas y significativas.
Su enfoque se basa en la idea de que el tiempo es una mercancía que puede ser ahorrada y aprovechada de manera más eficiente.
Sin embargo, el Principito nos ofrece una perspectiva diferente.
Él cuestiona el propósito de ahorrar tiempo si no se sabe qué hacer con él. Su pregunta revela una comprensión más profunda del valor del tiempo: no se trata solo de cuánto tiempo ahorramos, sino de cómo lo invertimos.
Los cincuenta y tres minutos que el comerciante promete ahorrar pueden ser empleados en cualquier cosa, pero el Principito sugiere que sería mejor utilizarlos para disfrutar de algo tan simple y significativo como caminar hacia una fuente.
Esta reflexión nos lleva a considerar la importancia de la calidad sobre la cantidad en nuestras vidas.
A menudo nos obsesionamos con la eficiencia y la productividad, buscando ahorrar tiempo y maximizar nuestras actividades.
Sin embargo, perdemos de vista el valor intrínseco de las experiencias simples y el tiempo dedicado a disfrutarlas.
En última instancia, la verdadera riqueza de la vida no se encuentra en la acumulación de minutos ahorrados, sino en la sabiduría de cómo gastarlos en cosas que realmente importan y nos llenan de satisfacción y significado.