Por: Omar Milizia Aguilar, Psicología Fortaleza. | 22/05/2024
Cierto día, un sabio bajó a la oscuridad.
Allí, en la oscuridad, vio a mucha gente sentada en torno a una mesa ricamente servida. Estaba llena de alimento, a cual más apetitoso y exquisito.
Sin embargo, todos los comensales tenían cara de hambrientos y el gesto demacrado:
Tenían que comer con palillos; pero no podían, porque eran unos palillos tan largos como un remo.
Por eso, por más que estiraban su brazo, nunca conseguían llevarse nada a la boca.
Impresionado, el sabio salió de la oscuridad, y visitó la luz.
Con gran asombro, vio que también allí había una mesa llena de comensales, y con iguales manjares.
En este caso, sin embargo, nadie tenía la cara desencajada; todos los presentes lucían un semblante alegre; respiraban salud y bienestar por los cuatro costados.
Y es que, allí, en la luz, cada cual se preocupaba de alimentar con los largos palillos al que tenía enfrente.
El altruismo y la conducta de ayuda
El altruismo es uno de los valores fundamentales que guían la interacción social humana.
Este concepto está estrechamente vinculado con la solidaridad y el acto de brindar ayuda a los demás.
En la infancia, nuestra supervivencia depende en gran medida del altruismo manifestado por nuestros padres.
Sin embargo, contrariamente a lo que sugiere la creencia popular, el altruismo no está completamente libre de motivos o razones subyacentes.
No surge de una bondad humana pura y absoluta.
Esta comprensión se apoya en una amplia gama de estudios e investigaciones psicológicas que buscan definir con precisión qué es el altruismo, cuál es el origen de las conductas aparentemente desinteresadas y altruistas, y en qué condiciones emergen.
Actualmente, los psicólogos distinguen entre dos conceptos: altruismo y conducta de ayuda.
Este último término ha sido adoptado por un grupo de investigadores que se enfoca exclusivamente en comportamientos que, de manera objetiva, benefician a un tercero, sin importar las razones detrás de la acción.
Numerosos actos que parecen generosos y caritativos pueden ser simplemente el resultado de emociones como el pánico o la euforia.
Estas emociones impulsan al individuo a realizar acciones que, aunque beneficien a otros, no están necesariamente motivadas por un verdadero altruismo.
Por lo tanto, aunque toda conducta altruista implica una conducta de ayuda, no todas las conductas de ayuda son inherentemente altruistas.
El papel de la empatía en el altruismo
La discusión sobre la existencia de un motivo altruista surge, en parte, de la emoción que se supone debería acompañar dicho altruismo.
Se puede rastrear el origen del altruismo hasta la emoción que lo provoca. Esta emoción, como concluyó Martin Hoffman en 1975, podría definirse como empatía.
Hoffman define la empatía como una respuesta emocional adecuada a la situación de otra persona distinta a nosotros.
Esta respuesta emocional puede traducirse posteriormente en conductas de ayuda.
Hatfield, Cacioppo y Rapson (1993) hablan del contagio emocional y de cómo este es un componente fundamental de los procesos empáticos y del comportamiento altruista.
El contagio emocional se basa en dos mecanismos esenciales:
Reguladores en la interacción no verbal: Nuestras interacciones tienden a la sincronización e imitación inconsciente de la voz, los movimientos, las posturas y las expresiones de nuestros interlocutores.
Feedback facial: Algunos cambios en nuestras expresiones faciales pueden provocar variaciones en nuestra experiencia emocional.
Esto ha sido estudiado extensamente y plantea la pregunta sobre nuestras emociones: ¿lloramos porque estamos tristes, o estamos tristes porque lloramos?
Cuando interactuamos con alguien que se siente mal, es probable que nuestra expresión facial se sincronice con la de la otra persona.
Esto, a su vez, desencadena un proceso de feedback facial, haciendo que nuestro estado emocional cambie en una dirección congruente con la del otro y con nuestra expresión facial.
Entonces, ¿existe el altruismo?
Es fundamental reconocer que la incidencia de los procesos emocionales y cognitivos en nuestro comportamiento puede variar según las circunstancias.
Por ello, responder a la pregunta de si el altruismo existe requiere de un análisis matizado.
En primer lugar, no todas las conductas de ayuda pueden considerarse altruistas.
De hecho, parece que pocas acciones logran superar las barreras de la socialización, el cálculo hedónico y la búsqueda de refuerzos positivos, elementos que a menudo intervienen en nuestras decisiones.
Para que una conducta se califique como puramente altruista, debería estar libre de estos factores externos, lo que es sumamente raro en la práctica.
Sin embargo, el hecho de que una conducta de ayuda esté motivada por algo más que el simple deseo de beneficiar al otro no es inherentemente negativo.
Por ejemplo, si una persona actúa de manera altruista para ganar la aprobación de un grupo social, esto no anula el beneficio real que una tercera persona o un colectivo pueda recibir.
En este sentido, el acto de ayudar, independientemente de las motivaciones subyacentes, puede tener un impacto positivo y significativo.
Por lo tanto, aunque no debemos caer en la ingenuidad de pensar que el altruismo puro permea todas las conductas de ayuda, tampoco es apropiado rechazar la ayuda de otro simplemente porque esa ayuda pueda estar impulsada por intereses personales.
Si nosotros somos los receptores de la ayuda, en muchos casos la motivación detrás de esa acción podría ser irrelevante, siempre y cuando el resultado sea beneficioso.
Desde una perspectiva filosófica, esto plantea cuestiones interesantes sobre la naturaleza de la moralidad y la ética.
Si una acción conduce a un resultado positivo, ¿es relevante la intención que la motiva?
Algunos filósofos argumentan que las consecuencias de una acción son más importantes que las intenciones, mientras que otros sostienen que la pureza de la intención es crucial para evaluar la moralidad de una acción.
En el ámbito psicológico, la distinción entre altruismo y conducta de ayuda se enriquece con la comprensión de los factores motivacionales y emocionales que impulsan a las personas.
La empatía, el contagio emocional y los mecanismos de feedback facial son componentes clave que pueden influir en nuestras acciones de ayuda, pero no necesariamente las califican como altruistas.
Así, aunque el altruismo puro es una rareza y muchas conductas de ayuda están influenciadas por factores personales y sociales, la ayuda en sí misma no debe ser desestimada.
El impacto positivo que una acción puede tener en la vida de otros es significativo, independientemente de las motivaciones subyacentes.
Debemos apreciar el acto de ayudar por su capacidad de generar bienestar y mejora, tanto para individuos como para comunidades, sin centrarnos exclusivamente en las intenciones detrás de la acción.
La luz y la oscuridad
La parábola del sabio que desciende a la oscuridad y luego asciende a la luz ofrece una rica metáfora para explorar desde perspectivas psicológicas y filosóficas.
En la oscuridad, los comensales, rodeados de abundancia, permanecen hambrientos porque están atrapados en un ciclo de individualismo y egoísmo.
En contraste, en la luz, los comensales experimentan bienestar y alegría al practicar la cooperación y el altruismo.
Desde el punto de vista psicológico, la historia ilustra cómo nuestras interacciones sociales y nuestras emociones están profundamente interrelacionadas.
En la oscuridad, los individuos representan un estado de aislamiento y desesperación, donde la incapacidad para satisfacer sus propias necesidades refleja una falta de empatía y cooperación.
Aquí, el énfasis en el individualismo impide que los comensales vean más allá de sus propias necesidades inmediatas.
Este comportamiento puede vincularse con teorías psicológicas como la de la desesperanza aprendida, donde los individuos, al no encontrar una solución a su problema, caen en un estado de impotencia.
El contraste con la luz es notable. En este escenario, los comensales utilizan los largos palillos no para sí mismos, sino para alimentar a los demás.
Este acto de mutualidad puede ser explicado por la teoría del altruismo recíproco en psicología evolutiva, que sugiere que los comportamientos altruistas se desarrollan porque benefician al grupo y, por ende, al individuo en el largo plazo.
Aquí, la empatía juega un papel central: los comensales son capaces de ponerse en el lugar del otro, reconociendo que la cooperación es clave para la supervivencia y el bienestar colectivo.
El contagio emocional, donde las emociones y comportamientos se sincronizan entre individuos, también está presente, promoviendo un ambiente de solidaridad y apoyo mutuo.
Filosóficamente, esta parábola puede ser interpretada a través de diversas teorías éticas y metafísicas.
En la oscuridad, los comensales están atrapados en un paradigma hobbesiano de vida solitaria, pobre, brutal y corta, donde el egoísmo y la competencia son la norma.
Thomas Hobbes argumentaba que en el estado de naturaleza, los seres humanos actúan principalmente por interés propio, llevándolos a una guerra de todos contra todos.
Esta visión pesimista contrasta con la imagen de la luz, que refleja una visión más rousseauniana, donde la cooperación y la benevolencia son posibles y naturales en un contexto social adecuado.
La luz representa un estado de armonía y bienestar que puede ser entendido a través del lente del imperativo categórico de Kant, donde los comensales actúan según una máxima que puede ser universalizada: alimentar al otro como a sí mismo.
Este principio fomenta la dignidad y el respeto por los demás, trascendiendo el egoísmo.
Desde una perspectiva utilitarista, la luz ejemplifica la maximización del bienestar colectivo.
Los comensales logran la mayor felicidad posible al ayudar a los demás, lo que a su vez les proporciona satisfacción personal.
John Stuart Mill sostenía que las acciones son correctas en la medida en que tienden a promover la felicidad; aquí, la mutualidad en la alimentación crea un círculo virtuoso de bienestar.
La narrativa del sabio y su observación de dos mundos ofrece una profunda lección sobre la naturaleza de la cooperación y el altruismo en la vida humana.
En la oscuridad, el fracaso en ver más allá de uno mismo conduce a la miseria, mientras que en la luz, la simple pero poderosa práctica de alimentar al otro transforma la experiencia en una de plenitud y felicidad.
Esta historia nos desafía a reconsiderar nuestras propias prácticas sociales y personales.
¿Cuántas veces, en nuestra vida cotidiana, actuamos con los largos palillos, intentando satisfacer nuestras propias necesidades sin éxito, cuando podríamos alcanzar un mayor bienestar a través de la cooperación y la ayuda mutua?
Nos recuerda que, aunque la naturaleza humana puede estar teñida de egoísmo, también posee una capacidad innata para la empatía y la solidaridad.